Dentro del reino democrático de Diesel AW22, Glenn Martens experimentó de manera magistral con el denim a través de una serie de piezas excitantes como su minifalda cinturón que acabó incendiando y dividiendo internet. Ese discurso polarizado que cuestionó su practicidad y, por ende, su valor real, vuelve a poner de relieve el eterno debate del arte o de la moda. ¿Cuál es realmente su propósito o finalidad?
La policía de la moda actúa en versión extendida en todas las redes, pero sobre todo en Tiktok. Una de sus usuarias, @ageorama, se hizo precisamente viral por publicar un vídeo en el que criticaba la construcción y el precio de la falda de Diesel, considerada sucesora de la mini falda cinturón de Miu Miu, y de muchas otras que llevaron celebs como Paris Hilton en los 2000.
De toda esa amalgama de opiniones y reflexiones divergentes, si nos decantásemos en defensa de la pieza en sí, podríamos alegar que el diseño no deja de ser un producto artístico o conceptual que resulta ser “inútil” en infinidad de ocasiones y/o intransferible de la pasarela a la calle. Porque verdaderamente, ¿quién decide que es moda y qué no?
REFLEJOS IDENTITARIOS
Esa discusión sobre la funcionalidad de la moda, y su finalidad en sí, es algo que constantemente explora Demna Gvasalia, tanto a través de Vetements como posteriormente de Balenciaga, convirtiendo en alto diseño la banalidad y cotidianeidad surrealista. Piezas metafóricas que abarcan desde sus tacones esculpidos con mecheros hasta sus bolsos inspirados en bolsas de basura: todo forma parte de una fantasía o de una evasión, de juegos subversivos que más que ser moda, son arte. Todo depende del intérprete.
Esa idea es la que podría conectarse con algunas de las recientes creaciones de Martens, a través de las que comunica su estética disruptiva, así como una conceptualidad que converge entre la alta costura, el prèt-a-porter y el streetstyle. Lo que canaliza en sus colecciones son ideas, o espejos de su creatividad, que no tienen por qué trasladarse necesariamente a la vida real.
Su uso puede formar parte de infinidad de editoriales, estilismos, fotografías y/o universos fantásticos o ficticios en los que se convierta en un elemento más de la composición artística. Tanto esa falda como todas las piezas «inservibles» para la cotidianiedad, representan, al fin y al cabo, un símbolo o mensaje ético, político o social. Porque la moda no tiene por qué estar ligada ni a la belleza ni a la utilidad.
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