Podría ser una gabardina, una paloma, un perro o un libro pero… ¡no, es un bolso! El mismísimo Dalí estaría orgulloso de lo que las marcas han logrado estos últimos tiempos, creando piezas que rompen con la lógica del consumo de lujo tradicional y llevan al extremo la ironía y el surrealismo. Bottega Veneta, Balenciaga, JW Anderson y Moschino, como las líderes en hacer estos bolsos que no lo parecen, proponen piezas en las que la atención a la artesanía es igual de rigurosa que en cualquier otro de sus accesorios. La pregunta que muchos nos hacemos es: ¿por qué este tipo de piezas está dominando la industria? La respuesta es doble: la ironía es un reflejo del deseo de innovar dentro de una industria que lo ha visto todo, y a la vez se convierte en una crítica hacia el consumo exagerado que predomina en el mundo de la moda.
La colección Pre-Spring 2025 de Bottega Veneta presentó un bolso gigante inspirado en el libro “Richard Scarry’s Biggest Book Ever”, mientras que la propuesta SS25 de Balenciaga sorprendió con un bolso de mano en forma de sudadera con capucha. ¿Son funcionales? No siempre, pero ahí radica su encanto. Es un despliegue de ironía y creatividad, un guiño al consumidor que entiende el juego. Moschino, tanto en el pasado con Jeremy Scott como en la actualidad bajo la dirección de Adrian Appiolaza, no se queda atrás. En su reciente colección, los accesorios transformados en objetos cotidianos como detergentes, ramas de apio y hasta su baguette bag, que ha sido todo un éxito en ventas.
También es inevitable no pensar en el Balenciaga de Demna, que se ha convertido en uno de los protagonistas de este concepto, transformando paquetes de patatas Lays, bolsas de basura, o incluso gabardinas, botas, guantes de moto y zapatos, en bolsos perfectamente ponibles.
A la cabeza de esta tendencia se encuentra también JW Anderson, quien ha revolucionado este nicho de mercado con sus creaciones hiperrealistas para los bolsos como el Pigeon Bag, o el erizo, u otras como la gorra de beisbol en forma de bolso-monedero. El director creativo de LOEWE ha logrado, a través de estos diseños, tanto en su marca homónima como en la casa de lujo, conectar con un público que aprecia tanto la calidad artesanal como el sentido del humor. El lujo encuentra así en la ironía una nueva cara: la del objeto imposible, aquel que desafía su propio propósito.
Puede que Martin Margiela fuera pionero de los bolsos-no-bolsos con una colección artesanal de 1999 que consistía en jerséis universitarios atados a modo de bolso, que aún hoy pueden venderse por hasta 4.000 dólares. Al igual que Margiela en su tiempo, diseñadores como Martine Rose reinterpretan prendas como la chaqueta de chándal y las transforman en bolsos bien prácticos. Rose llevó esta idea al límite en su colección FW24, con una bandolera en forma de chaqueta athleisure ochentera.
¿Es esto un síntoma más bien de que la moda estaba aburrida? Probablemente sí. Tal vez sea una forma de escapismo de un sector que ahora mismo vive obsesionado con el lujo silencioso y la sobriedad para atraer a los consumidores. El bolso-no-bolso se burla de la moda de lujo al subvertir la misma estructura en la que se basa, y reta al usuario a replantear qué hace que un objeto sea deseable o necesario.
En el fondo, en un mercado saturado de reinterpretaciones de lo clásico, estos bolsos destacan precisamente por su naturaleza irreverente. Así, lo hiperrealista, o lo absurdo a veces, se convierte en una herramienta de reinvención, impulsando al lujo y a las casas de moda, al fin de al cabo, a no tomarselo demasiado en serio. Este juego se ha convertido en una herramienta de reinvención para los diseñadores, pero también en una forma de hacer reflexionar, quizás al consumidor sobre lo superfluo y banal que puede llegar a ser el lujo.
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