Gucci nunca ha sido una simple casa de moda; es un templo donde convergen la cultura, el arte y la creación, una esfera perpetuamente en transformación, poblada por genios y visionarios que, a lo largo del tiempo, han tejido una rica trama de historias entrelazadas. Artífices y soñadores, creadores y seguidores, todos hacen parte de esta narrativa en constante evolución. En su última entrega, la colección FW25 se erige como una reafirmación de su legado y, al mismo tiempo, como un manifiesto que proyecta el futuro de la moda bajo el influjo de un nuevo concepto visual y estético que fusiona el lujo con la rebeldía.
Este desfile no solo marca una nueva era; es un viaje hacia la esencia misma de Gucci. Habla de los códigos que han definido a la casa desde su creación, en un juego entre lo atemporal y lo contemporáneo. Un híbrido entre el pasado, donde la sastrería y el lujo eran los ejes fundamentales, y el futuro, donde la subversión y la innovación se hacen carne. La colección se presenta como una oda a la historia de la firma, pero también a su capacidad de reinvención. Cada pieza, cada detalle, es una capa de historia que se transforma para encarnar los nuevos tiempos.
Lo italiano, esa esencia inherente a Gucci, se manifiesta con su característico sprezzatura, la despreocupación refinada, casi imperfecta, que se siente en la fluidez de cada silueta. El desfile explora la alquimia entre lo rígido y lo fluido, donde la sastrería masculina, con su precisión milimétrica, se encuentra con la delicadeza femenina en un crisol de elegancia y atrevimiento. No se trata solo de vestimenta; es una actitud, un estado de ser que lleva la firma de la casa, convertido ahora en un diálogo que trasciende los géneros y se presenta como un todo único. Las líneas clásicas y los cortes impecables ceden paso a subversiones elegantes, con atisbos de piel, transparencias y tejidos que se desnudan en una revelación sutil de lo que está por venir.
En la pasarela, los hilos del pasado se entrelazan con los del futuro a través del icónico motivo del G entrelazado en verde oscuro, que celebra el 50º aniversario del monograma que lleva el nombre de su creador, Guccio Gucci. Este símbolo, cargado de historia, se convierte en la guía visual de una propuesta que fusiona los códigos de la casa con una visión radicalmente contemporánea. En esta nueva era, los desfiles de hombre y mujer se convierten en una sinfonía perfecta, como una doble hélice de ADN, donde el rigor se juega con la libertad, y la tradición se sublima en formas nuevas.
La sastrería se presenta como un juego de tensiones: de tejidos clásicos como el tweed, reinventado con las imperfecciones propias de la tradición británica, a la suavidad de camisas de crepé y angora. La experimentación se vive sin miedo, en un diálogo entre lo austero y lo exuberante, donde la armonía cromática –una paleta que va desde los verdes oscuros hasta los malvas y grises– conecta los mundos masculinos y femeninos en un todo vibrante. Aquí, el minimalismo de los noventa se encuentra con el maximalismo del presente, dando vida a una nueva propuesta que celebra lo esencial y lo excesivo en su máxima expresión.
Pero no podemos hablar de Gucci sin mencionar su Horsebit, ese emblema atemporal que se renueva para celebrar los 70 años de su creación. El bolso Horsebit 1955, que sigue siendo uno de los íconos más emblemáticos de la firma, se reinventa en nuevas estructuras y proporciones, adaptándose a las necesidades de un presente que pide lo clásico, pero con un giro radical. De la versión más contenida a la más ostentosa, el Horsebit es omnipresente: en bolsos, accesorios y hasta en joyería, mostrando su capacidad para mantenerse relevante y contemporáneo. Es el nexo perfecto entre el lujo del pasado y el dinamismo del futuro, lo eterno y lo efímero en una misma pieza.
La música, por supuesto, no es menos importante. Bajo la dirección del compositor y ganador de dos premios Óscar Justin Hurwitz, la orquesta en vivo crea una atmósfera única, un soundtrack que refleja la teatralidad y la emoción del desfile. La composición, que fusiona la grandiosidad con la intimidad, rinde homenaje a esta nueva propuesta, donde las fronteras entre lo masculino y lo femenino, lo clásico y lo vanguardista, se desdibujan para dar lugar a una experiencia multisensorial, un viaje en el tiempo y el espacio que deja claro que Gucci sigue siendo un faro de creación, innovación y, sobre todo, un lugar donde la moda nunca deja de evolucionar.
Entre los asistentes, figuras como Leejung Lee, Jessica Chastain, Julia Garner, Tara Shahidi, Bethann Hardison, Sam Nivola y Irisa Patow, Del Pastel, Jin, Deba Hekmat, Bethann Hardison, Daisy Edgar-Jones fueron las verdaderas protagonistas. Cada uno de ellos, con su estilo inconfundible, no solo reflejó la esencia de la marca, sino que la amplificó, convirtiéndose en los nuevos símbolos de una generación que no entiende de límites ni convenciones. Gucci, en su máxima expresión, se materializó en cada mirada, en cada gesto, en cada presencia. Una declaración de intenciones que traspasa las fronteras de la moda y celebra una reconfiguración global del concepto de «icono».
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