Hay una nueva generación de artistas a los que no les interesa encajar. No buscan reproducir fórmulas ni adaptarse a lo que “debería sonar bien”. Las reglas se difuminan y los géneros se mezclan con una sola certeza: no hay una única forma de sonar. Cada beat, cada verso, cada mezcla nace desde la libertad absoluta de crear sin etiquetas. Y eso, en tiempos donde todo se mide, es casi revolucionario.
A eso Jack Daniel’s le llama ser inetiquetable. Y ha decidido apoyar con fuerza a quienes representan esta forma de entender la música: cruda, híbrida, libre. Así nace “Los 7 Inetiquetables”, una plataforma pensada para amplificar a siete artistas que están creando sonidos únicos, irrepetibles, imposibles de encasillar. No por rebeldía, sino porque están construyendo algo nuevo.
Ser inetiquetable no significa no pertenecer a nada, sino pertenecer a uno mismo. Es no seguir un molde porque el tuyo aún no existe. Es mezclar sonidos que nunca antes se cruzaron, cantar sobre cosas que no suelen tener espacio, construir desde la emoción más que desde la lógica. No hay un sonido definido, pero hay una energía clara: la de una nueva generación que está escribiendo su propio lenguaje musical.
Y eso es lo que une a los siete seleccionados. No tienen un hilo estético claro, no responden a una tendencia. Vienen de escenas distintas, con influencias que saltan de un continente a otro, y que no compiten por entrar en una categoría, sino que abren nuevas puertas. Todos comparten algo fundamental: la necesidad de sonar como ellos mismos. Aunque eso implique no sonar como nadie.
Fotos: Sergio Luque Gómez
DEVA
R&B con alma y claws.
Su voz se posa con la delicadeza del soul clásico y luego golpea con la precisión del R&B más contemporáneo. Sus letras transitan emociones sin filtro —dolor, deseo, duda, poder— con una naturalidad que desarma. Ha colaborado con figuras del rap, flirteado con el trap y brillado en escenarios grandes, pero lo que verdaderamente distingue a Deva es su manera de usar la vulnerabilidad como fuerza. No se disfraza de nada. Es real, y por eso impacta. Su estética acompaña un discurso que no pide permiso: lo suyo es presencia.

KORASHE
Poeta glitch y arquitecta del sonido.
Korashe no compone canciones: diseña atmósferas. Su música opera en la intersección entre la electrónica experimental, el arte sonoro y una sensibilidad narrativa que conecta más con la performance que con el pop. Sus tracks no siempre tienen estructura tradicional, pero tienen intención. Hay algo ceremonial en lo que hace: glitch, bass, susurros, delays que flotan. Todo es parte de una experiencia sensorial que no busca likes, sino conexión. Korashe representa esa nueva vanguardia que no compite por entrar en la industria, sino por expandir sus ideas.

J BATTLE
Rap sin maquillaje, calle con introspección.
J Battle es la voz de quienes no suelen tener micrófono. Viene del underground y se nota: cada verso tiene calle, pero también conciencia. Su flow es su firma, sí, pero lo que lo convierte en inetiquetable es su capacidad de mezclar crudeza con sensibilidad, fuerza con reflexión. Su sonido navega entre el grime, el drill y el trap, pero sus historias van mucho más allá del beat. Hay verdad en su discurso, y eso lo convierte en un narrador necesario para esta nueva generación.

MARÍA BLAYA
Melancolía digital, pop íntimo sin artificios.
Escuchar a María Blaya es como leer un mensaje que nunca se mandó. Hay algo profundamente íntimo en sus canciones, como si abriera su diario sin censura, pero en clave sonora. Su estilo —una suerte de bedroom pop con toques electrónicos y texturas lo-fi— se aleja del drama y abraza la sutileza. En una escena musical donde muchas voces compiten por atención, ella destaca por lo contrario: por hacer que quieras quedarte en silencio y escuchar. Lo suyo es una revolución suave, pero igual de poderosa.

CARLOTA URDIALES
Canción de autor en clave del siglo XXI.
Hay en su voz un peso emocional que no necesita producción excesiva para hacerse notar. Suena a jazz, a bolero, a soul, pero sobre todo suena a ella. La tradición y la modernidad se cruzan en su propuesta sin forzar la fusión: simplemente conviven. Sus letras abordan la intimidad con una madurez que desarma, y su interpretación es honesta hasta el hueso. Cada canción es un pequeño manifiesto emocional. Escucharla es tener la certeza de estar frente a una artista con un presente brillante y un futuro sólido.

BARRY B
Flow demente y groove sin fronteras.
Barry B no entiende de géneros, y eso lo hace impredecible (y adictivo). Puede empezar con un beat de reggaetón y terminar en un viaje afrohouse, pasando por breaks funk, acentos electrónicos y flows que desbordan energía. Lo suyo es el ritmo y la actitud: entra en una pista como quien prende fuego a una fiesta y luego la convierte en ritual. Tiene carisma, tiene presencia, pero sobre todo tiene una visión clara: hacer música que se sienta. Su autenticidad es salvaje, su creatividad no tiene fin.

ENRY-K
Productor y artista visionario, sonido en beta permanente.
Enry-K es quien entiende el estudio como laboratorio. Su firma está en una nueva generación de beats que suenan a presente líquido: reggaetón mutante, pop deconstruido, electrónica con ADN urbano. Productor y artista a partes iguales, lleva años moldeando el sonido de otros sin dejar de forjar el suyo propio. Su catálogo es una línea temporal de la música que viene, y su sensibilidad va más allá de lo técnico: produce y transmite emociones, no solo canciones. Enry-K no sigue la tendencia, la anticipa.

Para conocer más a ‘Los 7 Inetiquetables’ sigue a @jackdaniels_es en Instagram.
Sigue toda la información de HIGHXTAR desde Facebook, Twitter o Instagram