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Orbiting: ¿Y si el ghosting solo era el prólogo?

Cuando el amor no se desvanece, sino que orbita. Una crónica sobre la toxicidad que impera en las relaciones líquidas de la Generación Z.

Orbiting: ¿Y si el ghosting solo era el prólogo?

Las relaciones humanas ya no se tejen únicamente en la intimidad del contacto directo, sino que se despliegan en el escenario inabarcable de lo digital. En ese territorio, donde la presencia se convierte en performance y el silencio en estrategia emocional, ha emergido un fenómeno inquietante y sofisticadamente dañino: el orbiting. Una práctica que redefine la desvinculación afectiva, dotándola de una estética ambigua y pasivo-agresiva, propia de una era donde el amor se negocia entre algoritmos, reacciones y estados de conexión.

Lejos del abrupto corte que propone el ya conocido ghosting, el orbiting -término acuñado por la periodista Anna Lovine- opera con una sutileza clínica. Consiste en la desaparición comunicativa de una persona que, sin embargo, mantiene una interacción constante con el contenido digital de su expareja. No contesta mensajes, no devuelve llamadas. Pero observa, da likes, comenta. Está. Sin estar. “Suficientemente cerca como para que ambos puedan verse; suficientemente lejos como para no tener que hablar jamás”, afirma Lovine.

Del “ni contigo, ni sin ti”

Este tipo de presencia intermitente, espectral y cuidadosamente calculada responde a una nueva lógica emocional: la del desapego performativo. No se trata ya de romper un vínculo, sino de mantenerlo en una suerte de limbo emocional, lo bastante vivo como para seguir alimentando el ego del orbiter, pero lo suficientemente distante como para no asumir ninguna responsabilidad emocional.

Persia Lawson, experta en vínculos afectivos, lo sintetiza así: “tener un pie dentro y otro fuera”. El orbiting encarna la indecisión como estrategia, el coqueteo pasivo como forma de control y la ambigüedad como escudo. Estamos, en definitiva, ante una coreografía emocional perfectamente ensamblada para el consumo visual, pero emocionalmente insostenible para quien la padece.

Narcisismo digital y control afectivo

Desde el ámbito clínico, los psicólogos del Centro de Psicología Integral MC han descrito esta práctica como una forma de evasión emocional, muy vinculada a rasgos narcisistas. El orbiting, explican, permite “seguir siendo el centro de atención sin exponerse, sin comprometerse, sin cerrar”.

En otras palabras: es el arte de no soltar. Una forma de permanecer anclado a la vida del otro sin implicarse, pero asegurándose de seguir presente en su imaginario emocional. Las motivaciones pueden variar: desde el miedo a la pérdida (FOMO), pasando por la culpa no elaborada tras una ruptura, hasta el deseo consciente de mantener una puerta entreabierta para futuras posibilidades.

Pero, en su núcleo más perverso, el orbiting es egoalimentación. Una forma contemporánea de reafirmación a través de la atención digital del otro.

La arquitectura emocional del control digital

Para la persona orbitada, este fenómeno se traduce en una constante interferencia emocional. La imposibilidad de clausurar un capítulo afectivo se intensifica cuando, día tras día, la presencia digital del otro invade silenciosamente el espacio personal. ¿Qué significa ese like? ¿Por qué ve todas mis stories? ¿Está presente… o solo me utiliza como espejo?

Este tipo de dinámicas generan ansiedad, obsesión, dependencia emocional y una sensación persistente de estar siendo observado pero no escuchado. Una presencia fantasma que contamina los procesos de duelo y bloquea cualquier intento real de reconstrucción emocional. El orbiting no es inocuo. Es una forma silenciosa de manipulación emocional. Un control sin palabras.

Cómo desactivar la órbita

Frente a este fenómeno, la recomendación desde el ámbito psicológico es clara: cortar el acceso digital. Silenciar, restringir, bloquear. No como acto impulsivo, sino como gesto consciente de autopreservación. La salud emocional, en la era digital, también se mide en términos de lo que decidimos no mirar, no permitir, no aceptar.

Y aquí, una verdad incómoda: si alguien evita el contacto directo pero insiste en orbitar tus redes sociales, lo que está buscando no es reconectar, sino seguir ejerciendo un poder silencioso sobre ti. El afecto real no se demuestra con likes. Se manifiesta con presencia, coherencia, palabra.

Relaciones líquidas

El orbiting es la sublimación postmoderna de los vínculos rotos. Una forma de ghosting evolucionado, más sofisticada y más cruel. Ya no se trata de desaparecer, sino de mantener la expectativa. De no estar, pero seguir allí. Como un satélite emocional que gira eternamente en torno a lo que ya no existe.

En este contexto, la Generación Z se enfrenta a una nueva pedagogía del amor: la de establecer límites digitales tan claros como los afectivos. Porque la falta de contacto no siempre significa ausencia, y la presencia constante no siempre implica amor.

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