Nunca una generación había debatido con tanta intensidad y bajo tantos focos el peso literal y simbólico de una medicina como en los primeros seis meses de esta era Trump. La política comercial de Washington, con su oleada de aranceles y proteccionismos, ha puesto en jaque a industrias enteras, y entre ellas, la farmacéutica europea emerge como uno de los principales daños colaterales. Pero dentro de esta tormenta perfecta, hay un protagonista inesperado que encarna no solo una batalla económica, sino un choque cultural profundo: Ozempic, la revolucionaria pastilla contra la obesidad que parecía haber encontrado la fórmula mágica para el control corporal contemporáneo.
La trampa de la globalización: Ozempic contra el muro arancelario
Desde la campaña presidencial, Donald Trump dejó claro que su cruzada sería devolver la producción farmacéutica a suelo estadounidense, reclamando la soberanía nacional sobre algo tan esencial como la salud. Ursula Von Der Leyen, al semi-confirmar la imposición de un arancel europeo unilateral del 15% para la exportación farmacéutica, ponía la primera piedra de un muro invisible pero infranqueable para empresas como Novo Nordisk. La danesa, madre de Ozempic, vio caer sus acciones un 26% el pasado julio, una caída que no solo habla de números, sino de la fragilidad de un modelo globalizado que no soporta tensiones geopolíticas.
Pero la debacle de Novo Nordisk no se explica solo por la geopolítica: la competencia feroz en Estados Unidos, con Eli Lilly pisándole los talones, y el inesperado auge de los “dupes”, esas versiones compuestas, ilegales y baratas de Ozempic, erosionan el terreno conquistado. Un mercado paralelo que comenzó como una respuesta a la escasez y al encarecimiento exorbitante de la pastilla, y que se ha mantenido incluso tras la finalización del periodo de tolerancia concedido por la FDA.
El lado oscuro del éxito: cuando la demanda se vuelve enemiga
Paradójicamente, el meteórico éxito de Ozempic se convirtió en su propia ruina. La incapacidad de Novo Nordisk para igualar la demanda mundial, sumada a la competencia y a la proliferación de versiones clandestinas, ha obligado a la compañía a rebajar drásticamente sus proyecciones: del optimismo inicial del 21% de crecimiento para 2025 a un modesto 8-14%. Una corrección de rumbo que habla también de la precariedad inherente a las revoluciones médicas cuando se enfrentan a realidades económicas y sociales complejas.
Pero Ozempic no es solo un fenómeno farmacéutico. Su popularidad en redes sociales, #Ozempic con más de mil millones de visualizaciones en TikTok durante 2024, trasciende la medicina para encarnar un nuevo mandato de cuerpo y control. Ahora, cuando la recesión y la vuelta a modelos conservadores moldean la psique colectiva, el fármaco se convierte en un símbolo de eficiencia corporal y control obsesivo, una vuelta a la delgadez extrema que parecía haber sido desterrada por años de discursos inclusivos y positivismo corporal.
La contracara estética: ¿El ocaso de la positividad corporal?
Mientras los movimientos de inclusión corporal luchaban por desmitificar los cánones tradicionales y celebrar la diversidad, la irrupción de Ozempic marca un paso atrás. La obsesión por la delgadez resurge en el imaginario colectivo, alimentada por un conservadurismo latente que asocia el éxito, el autocontrol y la virtud a la figura esbelta. Esta estética renovada, impulsada desde las pasarelas y las redes sociales, es una nueva forma de control social que va más allá de lo superficial: es una disciplinarización del cuerpo en tiempos líquidos, una estandarización silente que se infiltra en la cultura popular con un alcance casi totalizador.
¿Qué viene después del Ozempic?
La pregunta que nos deja esta crisis no es solo económica o sanitaria, sino profundamente cultural y filosófica: ¿qué sucede cuando la medicina se convierte en un vehículo de normatividad estética y política? ¿Es el fin del Ozempic un posible retorno a la “normalidad” corporal, o apenas la puerta a nuevos ciclos de control y exclusión? En una era donde la economía global se fragmenta y la política parece reclamar su derecho sobre la salud, la medicina y la moda, el destino del cuerpo humano parece más incierto que nunca.
Quizá, el fin de Ozempic no sea el fin de una era, sino la señal de que estamos ante un nuevo capítulo en la historia del cuerpo, la medicina y la estética, donde las fronteras entre lo biológico, lo económico y lo cultural se difuminan, exigiendo de nosotros una reflexión profunda y necesaria sobre quiénes somos y qué mundo deseamos habitar.
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