Marina Abramović regresa a Londres y lo hace desde un territorio que ella misma ha construido durante décadas: el de la resistencia, la incomodidad y la vulnerabilidad como materia artística. En Saatchi Yates, la pionera del performance traslada dos de sus piezas más conocidas —Blue Period y Red Period— desde el vídeo hacia la quietud fotográfica, desplegando más de 1.200 imágenes individuales que, como restos de una acción, exigen otra forma de mirar.
La operación es radical en su simpleza: ralentizar lo efímero. Allí donde el vídeo fluye y seduce con la continuidad del movimiento, la fotografía impone detención y obliga a un espectador activo, capaz de sostener la mirada frente al mínimo gesto. Abramović desmantela así la temporalidad de la performance y la convierte en archivo, pero un archivo vivo, que palpita en cada fotograma.
En Red Period, la artista se expone en primer plano bajo un baño monocromo rojo. Sonríe, provoca, señala, coquetea con el espectador mientras su cuerpo oscila entre la vitalidad y el desgaste. Tirarse del pelo, morderse el dedo, agotar la sonrisa: gestos simples que, repetidos y desmenuzados en fotogramas, se convierten en una coreografía del exceso. El rojo aquí no es solo color, es una vibración ambivalente: energía, deseo, feminidad, seducción, pero también agresión y agotamiento.
En contraste, Blue Period introduce la distancia. El mismo encuadre frontal, el mismo cuerpo expuesto, pero ahora bajo un frío azul eléctrico. El gesto cambia: morderse las uñas, mirar hacia adentro, sostener un desapego que parece doloroso. El azul, acompañado de un fondo pop trivial, despoja de calor a la escena y la transforma en vulnerabilidad. Aquí no hay seducción, sino melancolía. No hay exceso, sino desgaste emocional. Lo que en rojo era erótico, en azul se convierte en fragilidad.
Ambas obras, originalmente parte de Video Portrait Gallery (1975–2002), ya habían circulado en grandes instituciones, pero nunca de esta manera. La relectura que propone Saatchi Yates abre un nuevo espacio crítico: el de la imagen fija como condensador de intensidad. Al eliminar la linealidad del vídeo, Abramović desestabiliza la relación del espectador con la obra, forzando a habitar el tiempo de otro modo, a perderse en la repetición microscópica del gesto.
La exposición no es únicamente un homenaje a su legado, sino también una declaración sobre cómo lo digital y lo analógico se cruzan en el presente. Lo que antes fue flujo de vídeo hoy se convierte en material coleccionable, en objeto único. Cada fotograma, al desprenderse de la secuencia, adquiere un valor autónomo, casi reliquia, que desplaza la performance hacia el terreno de la imagen-mercancía. Una paradoja que Abramović parece abrazar: la incomodidad de ver cómo lo irrepetible se transforma en serie.
Más allá de la iconicidad de su figura, la muestra se erige como un ensayo sobre el color, el cuerpo y la mirada. El rojo y el azul como energías opuestas que dialogan en tensión permanente, el cuerpo como espacio de resistencia y vulnerabilidad, la mirada como territorio compartido entre artista y espectador.
La propuesta estará disponible en Saatchi Yates a partir del 1 de octubre y durante solo un mes.
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