En una temporada saturada de desfiles espectaculares, instalaciones conceptuales y shows con ambiciones cinematográficas, Diesel logró, una vez más, alterar el eje del espectáculo milanés. Para su colección SS26, Glenn Martens no presentó una pasarela. No ofreció una fila A. No montó un front row para editores, celebridades o compradores VIP. Lo que hizo fue —literalmente— esparcir su visión por las calles de Milán. Repartió 55 look eggs a lo largo de la ciudad: modelos reales, contenidos en cápsulas de vidrio transparente con forma de huevo, listos para ser encontrados por cualquiera. Porque el mensaje era tan claro como subversivo: «la moda es un juego, pero uno en el que todos pueden jugar.»
Apoyado por el Ayuntamiento de Milán, Diesel Egg Hunt activó algo más que una narrativa viral: un comentario profundo sobre el acceso, el espectáculo y el poder. En un mundo donde la moda de lujo se vuelve cada vez más exclusiva, más restrictiva y más cifrada en códigos ininteligibles, Martens desmantela el sistema desde adentro, invitando al público general a no solo observar, sino participar, competir, y, si son lo suficientemente rápidos, ganar. El huevo —símbolo de inicio, fragilidad, potencial— se convierte en metáfora de esta nueva etapa de Diesel: una marca que no teme deconstruirse, repensarse, y exponer sus tripas estéticas para un público que ya no se conforma con la superficie.
Los 55 looks diseminados por la ciudad funcionan como piezas de un rompecabezas material y visual. La colección, en sí, está estructurada en torno a las nociones de trampantojo, capas, inversión y fragmentación: vestidos sin mangas como envoltorios corporales, denim satinado que simula envejecimiento mediante láser, prendas compuestas por tejidos que parecen fusionados a la fuerza, abrigos reversibles con bolsillos falsos, piezas que son más grandes por dentro que por fuera. Todo parece diseñado para desafiar la percepción, como si Martens estuviera jugando con el ojo del espectador, obligándolo a cuestionar qué es real, qué es ilusión, qué es dentro, qué es fuera.
La colección incluye vestidos de gasa floral triturada que recuerdan nubes orgánicas; monos de punto con secciones apenas hilvanadas, que sugieren una descomposición estética; bikers sin mangas, abrigos multi-bolsillo abiertos como ruinas funcionales. Incluso las pieles —de animales que nunca existieron— funcionan como metáfora visual de la artificialidad de nuestras fantasías consumistas. En cuanto a los accesorios, la colección introduce piezas tan provocativas como escultóricas: bolsos Load-D blandos, casi biomórficos; mules con mini D flotantes; gafas oversize en acetato de silueta mutante; collares vertebrales que abrazan el cuello como fósiles post-humanos.
La dirección de arte, firmada por Studio Dennis Vanderbroeck, acentúa esta distorsión: los huevos gigantes remiten tanto a vitrinas de museo como a cápsulas criogénicas. Son objetos de deseo, sí, pero también contenedores de cuerpos atrapados, esperando ser “descubiertos”. El casting —a cargo de Establishment NY— sigue apostando por la diversidad. El estilismo de Ursina Gysi y la belleza dirigida por Inge Grognard reafirman ese imaginario: maquillaje deslavado, piel como mapa, cabello texturizado al punto de parecer salido de una simulación 3D decadente. Es la estética del error hecha identidad.
Y si Milán alguna vez fue una ciudad que se resistía a los formatos alternativos, hoy ya no puede negarlo: Diesel no está simplemente desfilando, está redibujando el mapa.
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