La colección bebe de viajes y obsesiones botánicas: dahlias cactus de México, bromelias brasileñas, pájaros del paraíso sudafricanos. Koma transforma la naturaleza en algo salvaje, carnal y precioso a la vez —como si la mujer se abriera paso en medio de la naturaleza, segura del camino que ha tomado; como si toda esa fuerza de la selva se canalizase a través de ella.
Koma corta la feminidad como si fuera un cristal: preciso, brillante y peligroso. Vestidos con aberturas imposibles, transparencias que tensan el cuerpo hasta hacerlo escultura y pantalones fluidos que caminan como si no tuvieran miedo. Entre todo eso, lianas de punto, camisas desbordadas y plumas que hacen de cada look una criatura de otro planeta, convirtiendo a las modelos en diosas-pájaro, mitad humanas, mitad ser mitológico de nuestra era.
El detalle se lleva la partida: hojas negras en charol y cristal que reptan como joyas venenosas, collares de mazorca en versión mítica, bordados de vitral oversize y una paleta que va de los tonos ácidos los eléctricos —melocotón neón, verde kiwi, azul chispazo— sobre el contraste eterno del blanco y negro del universo del diseñador.
En el jardín de Koma, la belleza florece con dientes, y la mujer deja de ser un refugio para volverse una guerrera.
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