Son las 9 de la mañana y Priscilla llega al estudio sonriente, repartiendo abrazos. Tiene la piel muy blanca y unos ojos grandes y expresivos; el pelo alborotado y el cuerpo menudo, con cinturita de avispa. Guarda cierto parecido con una de sus actrices favoritas de todos los tiempos, Natalie Wood, y, como su ídolo, destila naturalidad y sensualidad sin esfuerzo. Nacida en Puerto Rico en 2002 y criada en Madrid –es hija de español y puertorriqueña–, , empezó a trabajar como actriz de niña. Apenas tenía ocho años cuando despuntó con su mirada de Bambi como la pequeña de Los protegidos. En su currículo abundan otras series y un buen puñado de películas: Amador, de Fernando León de Aranoa, Las brujas de Zugarramurdi de Álex de la Iglesia o Julieta de Pedro Almodóvar.
En 2015 hizo su primera película en inglés, El mal que hacen los hombres (Ramón Térmens), y fue allí donde comenzó a trabajar con sus actuales agentes en Estados Unidos. A partir de ese momento, comenzó a hacer castings en inglés, y con 17 años se mudó a Los Ángeles donde poco después comenzó su formación en arte dramático en The Lee Strasberg Theatre & Film Institute.

HIGHXTAR (H) – Eras una niña la primera vez que te pusiste frente a una cámara. ¿Recuerdas aquella sensación?
PRISCILLA (P) – Claro. Fue para un anuncio de Castilla-La Mancha. Era el primer casting al que me presenté y fue un sueño. Tenía cinco años y fue una aparición muy bonita, muy onírica, entre unos molinos. Para mí entrar en un set siempre ha sido un lugar en el que dar rienda suelta a la creatividad, un lugar donde me siento feliz.
(H) – Desde entonces no has parado. ¿Vocación o determinación?
(P) – Con ocho años era yo quien se lo pedía a mis padres, incluso antes. Creo que sin vocación, no hubiese conti- nuado. Eso ha estado siempre presente en mí. Tal vez no haya una explicación racional para esa vocación tan temprana, pero siempre fui una niña con muchas ganas de expresarme. Y mi familia entendió que introducirme tan pequeña en un universo de adultos era algo muy delicado.
(H) – ¿Y cómo compaginabas el trabajo con el colegio y los estudios?
(P) – Pues bien, la verdad. Justo el otro día comentaba con un amigo que cuando estaban dando la clase de cómo funciona la hora en un reloj yo estaba haciendo una película en Logroño, así que tardé en entenderlo… Pero siempre he tenido tutor en los rodajes. Gracias a Dios, los profesores siempre han sido muy comprensivos y he tenido algunos que se empeñaban mucho en que cumpliera con lo que tenía que cumplir. Y a esos profe- sores les guardo más cariño que a los que me lo pusieron más fácil.
Cambié varias veces de colegio, pero el Ramiro de Maeztu fue el mejor de todos, porque no te lo po- nían fácil. Y las asignaturas de las que más aprendía eran aquellas en las que no sacaba los 8 o los 9 que me gustaba sacar, sino los 5 pelados. Después, en la época en la que pasaba al bachillerato fui al Jesús Maestro, un colegio teresiano que me vino muy bien. Nunca había tenido una experiencia en las aulas donde se empe- zaba el día con la palabra de Dios. Fue un tiempo de paz en plena ebullición de la adolescencia en el que la fe también estuvo muy presente.
(H) – ¿De qué manera notas el escalón generacional en el trabajo?
(P) – Siempre he sido la más pequeña del grupo y en ocasiones eso hace difícil ganarse el respeto en un mundo de adultos. Pero luego, cuando te conocen, sucede natu- ralmente. Trabajar con gente de mi edad también es muy bonito. Hay algo en que acabamos de salir al mundo y una ambición de contar y de crear que es muy difícil de combatir.
(H) – Eso te habrá ayudado a madurar un poco más rápido que otras personas de tu edad.
(P) – Sí, y sobre todo a estar rodeada de información, y de gente que ya tiene también un recorrido y mucha experiencia. Imagínate ser una niña en pleno desarrollo y poder ver, oír y disfrutar de cerca de mentes y universos como los de Pablo Berger, León de Aranoa, Almodóvar, García Sánchez y ahora Sam Levinson. He sido muy afortunada de poder aprender y disfrutar de sus testimonios en vivo y en directo.

(H) – Una cuestión que siempre cierne sobre los personajes públicos es si hablar o no hablar de política.
(P) – Si tienes un foco, entiendo que tienes una responsabilidad. Pero también creo que hay que dejar hablar a las personas que realmente tienen la información, los que saben de las cosas verdaderamente. La política, aunque es sumamente necesaria e imprescindible para el avance de nuestra sociedad y de las causas sociales; lamentablemente a veces es algo que divide. Pero creo que son muchas más las razones que nos unen, y es ahí cuando es importante alzar la voz.
(H) – Todo el mundo te pregunta por Zendaya o por Rosalía, y aunque no puedes desvelar nada, ¿qué impresión te dio trabajar con ellas?
(P) – Cuando trabajas con alguien al que admiras profundamente, prefieres callar y escuchar lo que el otro tenga que decir. Pero ha sido un privilegio verla trabajar, no solo como actriz, sino como productora del show. Ella supervisa el proceso.
Descubre el resto de la entrevista en el número 3 de HIGHXTAR.

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