Basta un gesto mínimo, una frase mal colocada o una reacción inesperada para que el deseo se retire sin dar explicaciones. El ick designa esa retirada fulminante del deseo, cada vez más habitual en las relaciones contemporáneas. ¿Intuición emocional o síntoma de una cultura que ha aprendido a descartar antes que a comprender?
Durante siglos, la pérdida de interés fue un proceso lento, a menudo narrado como decepción, desgaste o desencanto. Hoy, en cambio, puede ocurrir en segundos. El ick designa ese momento preciso en el que una conexión incipiente se rompe ante un detalle aparentemente irrelevante: una forma de hablar, de moverse, de dirigirse a un camarero. La atracción, que parecía sólida minutos antes, se evapora.
Desde una perspectiva psicológica, el fenómeno puede leerse como el colapso de la idealización inicial. En las primeras fases de una relación, la atracción se construye sobre proyecciones, silencios estratégicos y una amable suspensión de la incredulidad. El ick aparece cuando esa arquitectura se desmorona por una grieta mínima. A veces es intuición; otras, simple intolerancia a la disonancia.
De anécdota televisiva a categoría cultural
Aunque hoy parezca un término nativo de TikTok, el ick apareció por primera vez en un reality show británico, cuando una concursante confesó haber dejado de sentirse atraída por su pareja a raíz de una banalidad. Desde entonces, el término ha circulado por revistas de tendencias, ha sido objeto de análisis en TIME, ha ingresado en el diccionario de Cambridge y ha sido incorporado a la ficción televisiva como recurso narrativo.
Las redes sociales, especialmente TikTok, han funcionado como acelerador cultural. Miles de vídeos relatan escenas que provocaron el ick: una risa concreta, un look, una inseguridad mal gestionada. Lo relevante no es la anécdota, a menudo trivial, sino el reconocimiento colectivo. El ick se ha convertido en una gramática compartida del desencanto. La repulsión privada adquiere valor y se presenta como advertencia.
El género como variable (y sus límites)
La academia ha intentado ordenar el fenómeno. Chloe Yin, junto a Brian Collisson y Eliana Saunders, analizó 86 vídeos de TikTok etiquetados con #theick y encontró patrones recurrentes: mala educación, especialmente hacia personal de servicio, elecciones de vestuario consideradas inapropiadas, actitudes narcisistas y comportamientos misóginos.
Un estudio posterior, realizado con 125 personas heterosexuales, afinó aún más los resultados. Las mujeres tendían a experimentar ick ante comentarios misóginos o cuando sus parejas masculinas se desviaban de determinadas normas de masculinidad. Los hombres, por su parte, mostraban rechazo ante aspectos relacionados con la apariencia física de las mujeres o comportamientos embarazosos en público.
Los autores advertían de que este tipo de reacciones puede reforzar estereotipos de género y generar expectativas poco realistas en las relaciones. Rafael San Román, terapeuta y autor de ¿Qué le cuento a mi psicólogo? (2024), explica: “El gusto y la repulsión están profundamente ligados a la historia personal y a los aprendizajes. Reducirlos a una lógica estrictamente de género resulta excesivamente simplificador”.
Intimidad, convivencia y el desgaste de la fantasía
La periodista Kate Lindsay planteaba en GQ una pregunta incómoda: ¿por qué tantas mujeres parecen experimentar rechazo ante defectos aparentemente menores de sus parejas masculinas? Su respuesta se aleja del moralismo y se acerca a la convivencia. El ick no surge en la distancia, sino en la cercanía.
Cuando una relación avanza, la fantasía cede terreno a lo cotidiano. Aparecen los hábitos, las torpezas, los gestos poco elegantes. El ick puede entenderse entonces como el choque entre la imagen idealizada y la realidad compartida. No tanto intolerancia como incapacidad para integrar lo humano cuando deja de ser atractivo.
El problema no es descubrir que el otro no encaja en la ficción inicial. El problema es no saber qué hacer con esa información.
La lógica del descarte en la era del “siguiente”
El auge del ick no puede separarse del contexto tecnológico en el que se produce. Las aplicaciones de citas han normalizado una economía del deseo basada en la abundancia aparente y el descarte rápido. Como señala la periodista Elle Hunt, el ritmo de las citas contemporáneas favorece que la atracción se abandone antes de que tenga tiempo de desarrollarse.
San Román coincide: «El cansancio emocional siempre ha existido. Lo que ha cambiado es la gestión de ese cansancio. Hoy, ante la mínima fricción, se sustituye el estímulo. La hiperabundancia reduce la tolerancia a la incomodidad”. En este sentido, el ick puede leerse menos como intuición afinada y más como síntoma de época. Una aversión al esfuerzo relacional.
¿Intuición, autoprotección o autosabotaje?
Algunos datos sugieren que el ick también funciona como mecanismo defensivo. Una encuesta citada por Elle Hunt indica que un 35% de los solteros experimenta rechazo cuando alguien parece “demasiado bueno para ser verdad” o cuando surge el miedo a salir herido. En estos casos, el ick no protege del otro, sino de la posibilidad de implicarse.
En última instancia, el ick parece menos una verdad emocional incuestionable que un producto cultural amplificado por la industria del contenido. Como resume Rafael San Román, “la hipernormalización de la experiencia afectiva para hacerla consumible termina por distorsionarla”, transformando sensaciones privadas en criterios universales de descarte.
Quizá el ick no deba ser eliminado, pero sí contextualizado. Escuchar la intuición sin convertirla en dogma. Aprender a distinguir entre una señal y una excusa. Y recordar que el deseo, a diferencia del algoritmo, rara vez funciona bien cuando se le exige perfección inmediata.
Sigue toda la información de HIGHXTAR desde Facebook, Twitter o Instagram