El golpe por greenwashing llega a pocos meses de que Giorgio Armani celebre su 50 aniversario durante la próxima Milan Fashion Week SS26.
Según la investigación, recogida por Reuters, el grupo y una de sus filiales emitieron mensajes de responsabilidad ética y social que no se correspondían con las condiciones reales detectadas en algunos de sus talleres y subcontratas. La firma, que niega las acusaciones y recurrirá la sanción, asegura que siempre ha actuado «con la máxima transparencia y rectitud».
El regulador sostiene que buena parte de la producción de marroquinería se deriva a terceros que han incumplido normas de seguridad y contratado mano de obra ilegal. No es un episodio aislado, el verano de 2024, la justicia ya había intervenido la compañía durante 12 meses por motivos similares, una medida levantada el pasado febrero.
La presión sobre el «Made in Italy» se intensifica. Las autoridades italianas vigilan cada vez más a las marcas que ondean esta etiqueta para que cumplan, de verdad, con estándares legales, humanos y medioambientales. En los últimos años, nombres como Valentino, Dior o Loro Piana han protagonizado titulares similares.
Estos episodios destapan el reverso oscuro de la sostenibilidad en moda, el greenwashing. Es decir, vender un compromiso ambiental o social que, en la práctica, no se cumple.
Mientras Francia aprieta el cerco sobre el ultra fast fashion chino (Temu y Shein), con nuevas leyes y sanciones millonarias, Italia apunta directamente a su propio lujo doméstico.
La multa a Armani, con el greenwashing y las prácticas laborales ilegales como protagonistas, tambalea el mito de un Made in Italy inmaculado, símbolo durante décadas de artesanía, exclusividad y excelencia.
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