Autor: Laura Pérez ( @laurappz ) | El pasado domingo Balenciaga aterrizaba desde un planeta de lo más excéntrico y sobrenatural en la pasarela de París. Demna Gvasalia con su colección primavera-verano 2018 para mujer, rompía otra vez más –Vetements ya fue la prueba– con los pilares clásicos y armónicos de la moda parisina. He was burning and killing the fashion system 4 the eternity.
La capital de la alta costura, acogía la propuesta más loca y extravagante, así como presenciaba el momento en el que el arte surrealista se subía al estrado para convertirse en moda. Paralelamente, en España se derrumbaba por completo la libertad y la democracia.
BALENCIAGA W SS18 -
Parece que Demna ha supuesto un antes y un después en los códigos de Balenciaga. Una colección ‘más Demna y menos Cristobal‘ en la que todo fluye, como si se tratase de una obra del cine experimental de Len Lye: una explosión de texturas, color y movimiento que confluyen a raíz de prendas en perfecta sintonía.
Gvasalia ha querido reflejar en la pasarela cómo las mujeres burguesas se visten en distintos lugares del mundo, fusionando la elegancia del concepto con la idea urbana e informal inicial. La moda que presenta es el reflejo de lo que ahora se ve en la calle; la reconversión del pop art en alta costura, para que podamos apreciar a través de ella lo extrasensorial de la cultura de a pie.
Con esta propuesta, el diseñador georgiano eleva el concepto de ‘ugly is cool‘ a un estado sublime, así como el de provocación y transgresión. Bienvenidos al circo de la moda, en el que el caos y el desequilibrio corrompen la elegancia y la sensualidad de los patrones. Los estampados hablan de países, de paisajes de montañas, campos y puestas de sol, que parecen haberse inspirado en los salvapantallas del Windows 7. Accesorios como los cinturones de cadena y los bolsos con llaveros de la Torre Eiffel –rollo souvenir style– acaban de realzar el look.
Elevar el mercadillo a la alta costura no es fácil, y Demna lo ha sabido hacer de la mejor manera posible. Riñoneras, crocs reversionadas, botas-legging infinitas y stilettos llenos de pinchos nos hacían volver a creer en una moda en la que todo el mundo puede participar y experimentar. ¿Lo más trascendental de todo? los zapatos estilo croc, similares a los de Christopher Kane de hace dos temporadas. Estrafalarias, en colores flúor, con infinidad de apliques y plataformas infinitas, llegaban para aclararnos el concepto de trap en la industria de la moda.
Pero si algo sabe Balenciaga, es aquello de jugar con los volúmenes, la deconstrucción y de superponer capas y tejidos (como en los diseños que aplicaba a los pantalones). Los abrigos de sastre colgados del cuello, los de trinchera adjuntados a las chaquetas o la lencería adherida a los cuellos de tortuga reafirmaban la yuxtaposición. El hecho de beber del make-do-and-mend o del reciclaje de Margiela y de sus diseños conceptuales, nos ayudaban a acabar de entender la totalidad de la obra.
Finalmente, podíamos encontrar iconografía en las prendas, a través de diseños que hablaban de Europa y de América: cuadros escoceses, gráficas de montañas suizas, banderas de España -reivindicando los orígenes de la marca- y la Union Jack del Reino Unido. El dinero realzaba la burguesía de las prendas, con estampados de monedas y billetes (o dólares y euros).
El humor, ironizar sobre los tejidos y la tradición de la pasarela. La autoparodia de la moda convertida en haute couture. Así es Balenciaga: de la calle a lo ortera, y de lo ortera al lujo. Sólo estamos deseando ver con qué nos vuelve a sorpender y la manera en la que nos sube la tensión.
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