El debate sobre cuál es el mejor momento del día para tener relaciones sexuales no es nuevo, pero la respuesta dista de ser sencilla. Desde la cronobiología hasta la neurociencia, pasando por la psicología social y los imaginarios culturales, los datos apuntan a que tanto el sexo matutino como el nocturno aportan beneficios concretos y diferenciados para el organismo.
La biología del amanecer: testosterona, cortisol y energía
La mañana es, según numerosos estudios, el momento biológicamente más propicio para el encuentro sexual, al menos desde la perspectiva fisiológica masculina. La testosterona —hormona clave en el deseo sexual tanto en hombres como en mujeres— alcanza sus picos diarios entre las 6:00 y las 9:00 horas (Journal of Sexual Medicine, 2016). Este incremento no solo favorece la libido, sino también la calidad de las erecciones y la intensidad del placer.
En paralelo, los niveles de cortisol, la hormona asociada al despertar y a la activación, también se encuentran elevados a primera hora del día. En las mujeres, esto puede traducirse en mayor predisposición al deseo y en una respuesta fisiológica más rápida. El sexo matutino, además, funciona como un catalizador natural de energía: estimula la circulación, eleva la frecuencia cardíaca y promueve la liberación de endorfinas y oxitocina.
De hecho, un estudio de la Universidad de Belfast sugiere que mantener relaciones sexuales tres veces por semana puede reducir hasta en un 50% el riesgo de sufrir un infarto. El sexo por la mañana, entonces, se posiciona no solo como un ritual de intimidad, sino como un verdadero aliado de la salud cardiovascular.
Placer nocturno: intimidad, relajación y complicidad
Por el contrario, la noche no ofrece necesariamente el máximo potencial hormonal, pero sí el mejor contexto psicológico y social. El Kinsey Institute confirma que la mayoría de las parejas elige la noche para mantener relaciones sexuales, no por factores biológicos, sino porque es el único momento en que la vida laboral y las obligaciones diarias se detienen.
En términos fisiológicos, el sexo nocturno tiene una relación directa con la calidad del sueño. Tras el orgasmo, el organismo libera prolactina —la hormona del descanso— y oxitocina, ambas vinculadas a la relajación y la inducción del sueño profundo. Asimismo, la melatonina, segregada al caer la oscuridad, potencia el efecto sedante de la actividad sexual.
A nivel psicológico, la noche genera un espacio de privacidad y complicidad difícilmente replicable durante el día. La oscuridad disminuye la autocrítica y favorece la desinhibición, factores especialmente relevantes para quienes experimentan ansiedad en la intimidad.
Cronotipos y sincronización en pareja
La ciencia de los ritmos circadianos ofrece una clave importante: no todas las personas funcionan con el mismo “reloj biológico”. Los llamados cronotipos —popularmente conocidos como “alondras” (más activas en la mañana) y “búhos” (más activos en la noche)— determinan en gran medida el momento de mayor disposición sexual.
Un estudio publicado en Frontiers in Psychology (2015) demostró que los individuos con cronotipo matutino reportan mayor satisfacción en el sexo a primera hora, mientras que los de cronotipo nocturno alcanzan su mejor rendimiento y disfrute por la tarde o la noche. Sin embargo, lo verdaderamente decisivo no es tanto la preferencia individual como la capacidad de sincronizarse con la otra persona.
Más allá de la ciencia: la dimensión cultural
El debate entre sexo matutino y nocturno también atraviesa imaginarios culturales y estéticos. Mientras el “morning sex” ha sido romantizado en campañas publicitarias como un símbolo de frescura, juventud y vitalidad (desde Calvin Klein en los años 90 hasta los rituales wellness actuales en TikTok), el sexo nocturno mantiene un vínculo histórico con la transgresión, el hedonismo y la experimentación, desde la cultura club berlinesa hasta las fantasías eróticas representadas en el cine.
En este sentido, el momento del día no solo estructura la experiencia fisiológica, sino que codifica significados: el amanecer como metáfora de energía renovada; la noche como territorio de misterio, placer y libertad.
El veredicto: depende de ti (y de tu bio-reloj)
No existe un “mejor” momento para el sexo. La evidencia científica demuestra que las mañanas potencian la respuesta biológica y los beneficios para la salud, mientras que las noches favorecen la intimidad emocional, la relajación y el descanso. La elección depende del cronotipo, del estilo de vida y, sobre todo, de la capacidad de los vínculos para encontrar un punto de encuentro en sus ritmos. El sexo se enciende donde existe la química, ya sea en la pausa de media mañana —con la energía del día ya encendida— o en la tarde. La ciencia ha diseccionado con lupa el amanecer y la noche, pero la realidad es más simple: cualquier franja puede convertirse en territorio de placer si hay sincronía.
Si tuvieras que elegir entre sexo y comida, ¿Qué preferirías?
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