Lo primero para entender el fenómeno es que la chaqueta no forma parte del vestuario de la película. De hecho, el vestuario del film es de época y fiel a los años cincuenta. Este detalle altera todo el mapa: la Marty Supreme Jacket no es un accesorio narrativo, sino un artefacto creado para la vida real y pensado desde el principio para acompañar a Timothée Chalamet durante la campaña de prensa de la película, pero… se ha convertido en algo mucho más complejo, y global.
La chaqueta surgió en conversaciones de Doni Nahmias -el diseñador de LA- con Chalamet y su estilista Taylor McNeill mientras definían cómo debía presentarse el actor en promoción: algo que sintetizara retro deportivo, energía aspiracional y el magnetismo propio del protagonista. No se pretendía que la chaqueta interpretase, o fuese una extensión del universo de Marty Reisman, sino más bien una respuesta a lo que una estrella del deporte puede significar hoy.
La película dirigida por Josh Safdie se sitúa en la vida del carismático y excéntrico jugador de ping-pong de los años cincuenta, cuya figura —para la mayoría desconocida— permite articular una narrativa de obsesión, ambición y excelencia. Es una historia bastante poco relevante, si lo piensas. Pero en A24, la productora detrás del film, en vez de esperar a que el público conectara con ella en la sala, decidió construir esa conexión previa en la calle. Ahí entra en juego la chaqueta como llave cultural.
La campaña toma forma cuando Chalamet asume un rol que ningún actor de su generación ha desempeñado con tanta efectividad: protagonista, director creativo, estratega, embajador y performer simultáneamente. Toda la gira de prensa —vídeos surrealistas con cascos de ping-pong, microperformances en Times Square, un dirigible naranja flotando sobre California y un vídeo-parodia en el que propone pintar monumentos de naranja— está diseñada como una extensión del universo Marty Supreme. Y Chalamet no promociona la película; vive dentro de ella.
La chaqueta es su uniforme. Por eso funciona. Porque nunca se percibe como un producto que intenta vender algo, sino como un objeto que ya está sucediendo antes de que sepas de dónde viene.
Cuando Chalamet publica en Instagram la dirección exacta de una pop-up en Grand Street —apenas unas horas antes de abrir— el efecto es inmediato: una línea de universitarios, cool kids y curiosos que se estira varias manzanas por el SoHo como si fuera la presentación secreta de una marca de culto. Dentro, un camión de cajas naranjas y pelotas de ping-pong funciona como instalación accidental, reforzando ese universo que A24 ha sabido construir a la perfección. Las chaquetas vuelan —azules, rojas, negras, naranjas—.
El siguiente movimiento es aún más calculado, casi elegante en su sencillez: conectar la prenda con la grandeza en su forma más reconocible. Doni Nahmias envía la chaqueta a Tom Brady la misma operación con Misty Copeland, Kid Cudi, Kendall y Kylie Jenner. Ninguno aparece en la película, pero todos encarnan, en registros muy distintos, ese mismo “DREAM BIG” que sostiene la narrativa. No es un casting promocional; es una constelación de estrellas simbólica. Una manera de construir mito en red, cuidadosamente orquestado para que parezca espontáneo, pero no, amigos, no lo es…
La prueba definitiva llegó cuando una versión roja se revendió por 4.000 dólares en Grailed. La chaqueta ya ha cruzado la línea: ya no es merch, es estatus, es saber cultural…. todo el mundo obsesionado. Y el fenómeno ya no depende de la película; la película depende del fenómeno. Lo más interesante —y también lo más brillante— es que todo esto ocurre sin que la chaqueta exista en la película. La narrativa ficcional habita los años cincuenta; la narrativa estética, emocional y cultural vive en 2025. La Marty Supreme Jacket es el puente entre ambas dimensiones: un vector para trasladar la energía del personaje al presente.
La chaqueta circula por ahí, se agota, aparece en las personas correctas y construye una narrativa paralela a la película sin necesidad de explicaciones grandilocuentes. Quizá la gracia de todo esto es que Marty Supreme no intenta entrar con calzador. Se cuela. Se insinúa. Una chaqueta, un color, una imagen. El resto ocurre solo: la calle la adopta, las redes la amplifican, la película encuentra su sitio antes incluso de existir para el mundo. Un tipo distinto de conversación marketiniana.
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