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Fiorucci abre una plaza imaginaria donde el deseo y la ironía redibujan el cuerpo

Piazza Fiorucci es una geografía emocional: un cruce de caminos entre lo urbano y lo onírico, entre lo hiperreal y lo absolutamente imposible.

Fiorucci abre una plaza imaginaria donde el deseo y la ironía redibujan el cuerpo

Hay lugares que no existen y, sin embargo, habitamos. Espacios que no están en los mapas, pero que reconocemos al instante porque se activan desde la memoria, el deseo, la fantasía. Piazza Fiorucci no es una plaza como tal, sino una geografía emocional: un cruce de caminos entre lo urbano y lo onírico, entre lo hiperreal y lo absolutamente imposible. Un punto de encuentro suspendido en el tiempo donde la vida cotidiana se traduce a un lenguaje visual tan exquisitamente artificial que deja de parecer ficción.

Esta nueva colección de Fiorucci no se presenta como una sucesión de prendas, sino como una instalación narrativa de moda expandida. Un universo autónomo, autónomamente ilógico, que encuentra en los pliegues de la ciudad —los más disonantes, los más poéticos— la chispa inicial para imaginar una realidad alternativa. Una realidad teñida de azúcar y electricidad, donde los cuerpos se convierten en lienzos y el estilo en acto performativo.

Inspirada en la vibración multicultural de Via Paolo Sarpi, una arteria vital de Milán, la propuesta nace de la tensión entre lo concreto —el asfalto, los neones, los carteles, los barrios— y lo imposible: una piazza que no se camina, sino que se sueña. El artificio es clave aquí. Nada pretende parecer natural. Todo está deliberadamente amplificado, como si la mirada pasara por el filtro de un niño hiperestético, que reinterpreta el mundo desde una lógica visual tan libre como absurda, tan brillante como política.

La colección se despliega como un guion no lineal. Cada pieza, cada accesorio, cada detalle gráfico parece extraído de una escena imposible: drawings come alive, los personajes se confunden con los humanos, el tiempo se diluye en un limbo entre una sitcom noventera y un videoclip de principios de siglo. El lenguaje visual se define por la colisión de referencias: los códigos del streetwear se funden con la gramática de los cuentos de hadas, lo gráfico se vuelve emocional y los signos pop se visten de melancolía postdigital.

El contraste se erige como principio fundacional: lo tierno se erotiza, lo infantil se complejiza, lo banal se eleva. Las siluetas abrazan el cuerpo con una precisión juguetona: camisetas que se contraen hasta convertirse en versiones babyfit de sí mismas, faldas tubo que evocan líneas retrofuturistas, pantalones que mutan en leggings como si fueran segundas pieles gráficas. Los tops con forma de corazón marcan el pecho como un gesto simbólico —más gesto afectivo que anatómico—, y los volantes se transforman en cinturones escultóricos que remiten tanto al mundo del cómic como al de la alta fantasía.

La colección, sin embargo, no solo se lee desde la forma. Se activa a través de la materia. La paleta textil combina tejidos tradicionales —crepé de China, denim, cady, oxford— con materiales alterados: PVC reciclado, malla, tul, fundas nude y tejidos técnicos como el polinailon o el poliéster caballería, que crean un juego de capas, texturas y transparencias cargadas de erotismo táctil. También hay innovaciones como recubrimientos brillantes, efectos silicona y Tyvek que simula papel industrial.

Visualmente, la propuesta explota una tríada cromática que define su energía vital: rojo caramelo, azul cielo artificial, blanco de anuncio retrofuturista. Una gama que no busca sutilezas, sino impacto emocional. Este universo se expande a través de estampados que reinterpretan íconos románticos —ángeles, corazones, cupidos— en clave irónica, deformada, glitch. Rayas que estallan como palomitas, lunares que se derriten en corazones, caniches pixelados con lazos imposibles.

La intervención de Janine Zaïs en el desfile refuerza la dimensión performática: las modelos, transformadas mediante body painting en personajes híbridos entre caricatura y criatura mitológica, desfilan como si se tratara de una secuencia animada. La escena más icónica: una modelo con la cara convertida en hocico de perro, cubierta con un estampado integral, encarnando esa dualidad entre humor absurdo, ternura animal y alta moda digitalizada. Todo es teatro, pero nada es mentira.

La estética se completa con accesorios irónicos que operan como declaraciones afectivas. El lema “Make Hearts Beat Again”, presente en camisetas y gorras, es al mismo tiempo una súplica, un gesto kitsch y una micro-revolución emocional. La moda no habla de sí misma, sino del cuerpo que la habita, del afecto que genera, del deseo que convoca.

En su conjunto, Piazza Fiorucci no es solo una colección: es una declaración de principios. Una invitación a ver el mundo como si aún fuéramos capaces de asombrarnos. Como si la imaginación fuera el lenguaje más exacto para narrar el presente. Como si la identidad fuera algo fluido, expansivo, en permanente transformación estética y afectiva. Nos dice: sí, puedes ser un dibujo animado, un personaje de videojuego, una criatura urbana llena de amor. Puedes habitar esa plaza imposible. Puedes ser todo a la vez.

Hablamos w/ Francesca Murri: directora creativa de Fiorucci.

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