Cuando algo en el mundo de la alta costura parece imposible de alcanzar, Schiaparelli nos demuestra lo contrario. Daniel Roseberry consigue lo “imposible” en una nueva colección inspirada en los artistas de antes y de ahora.
Una colección aparentemente imposible, en palabras de su diseñador, “no porque no pueda llevarse, sino porque es extraordinaria, una interpretación surrealista del armario esencial de una mujer”. Jamás nadie podría imaginarla, ni por asomo, a menos que lleve el nombre de Daniel Roseberry o sea discípulo de Elsa.
En la oda particular a los artistas que Roseberry profiere esta temporada, encontramos un sinfín de referencias de la época de Elsa e incluso nombres más contemporáneos. Cada pieza se ha inspirado de algún modo en un artista, sin que haya hecho falta sacrificar el ADN de la marca. Un vestido y un puffer blanco laminado de gran tamaño se crean a pinceladas inspiradas en Lucian Freud. Las piezas de mosaico de espejos del escultor Jack Whitten dan forma a una chaqueta y una falda de punto elástico con espejos rotos. Una pitillera de cuero que recorta la falda de un vestido de baile es un homenaje a Sarah Lucas.
El color azul intenso que cubre multitud de superficies y constituye un nuevo tono para el universo de la marca, es un guiño a Yves Klein, pero también a las ilustraciones infantiles de Miró. En otros lugares de la colección hay homenajes a los surrealistas como Dalí -esos amaneceres surrealistas que dan lugar a una multitud de degradé de colores vibrantes-, o Matisse (no su obra, sino las palmeras del hotel Regina, ahora en shearling negro de pelo largo como un fantástico abrigo de imitación). Incluso una Venus de mármol blanco se ha abierto camino en un abrigo de melton blanco invernal.
Esa combinación de transgresión e ingenio se extiende también a los accesorios de esta temporada. Las esculturas monumentales de Giacometti se reinterpretan como finas gotas de oro recubiertas de piedra. Las queridas molduras de Claude Lalanne inspiraron enormes broches y brazaletes, para los que el diseñador utilizó sus propias plantas de interior: “Cortaba una hoja y la fundía en metal, imponiendo en su interior algunos de los rostros de nuestros artesanos del estudio”.
Después de una temporada donde todo era algo conciso y sobrio, Daniel Roseberry reemplaza sus creencias limitantes por el poder del instinto. El diseñador nos regala una colección que se aventura, explora y se atreve. Al ver la realidad desde un nuevo ángulo, quizás más primitivo y más puro, podemos ver entonces nuevas posibilidades creadoras con toda la libertad y espontaneidad del mundo. Porque vestir, decorar y, sobre todo, crear es tan primitivo como cualquier instinto que tengamos.
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