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¿La cultura del cuidado personal está terminando con el deseo sexual?

No es coincidencia que estemos viviendo una recesión sexual en una era donde el culto a la belleza está cada vez más en auge.

¿La cultura del cuidado personal está terminando con el deseo sexual?

En la pantalla de mi teléfono, una mujer está despegando cuidadosamente un trozo de cinta negra de sus labios. Con una fluidez casi de ritual, desajusta la correa de su barbilla y comienza a quitarse los parches que ha llevado durante la noche: uno sobre la frente, otro justo debajo de los ojos. Libera una maraña de rizos que se deslizan fuera de un gorro de seda rosa bebé, frotándose aceite en las raíces mientras se dirige a su audiencia, anunciando que está a punto de hacer su «everything shower».

@christifritz

See ya in the morning👋🩷Seth thinks its too much…but it’s so worth it #morningshed #skincare #relationshipgoals

♬ original sound – Christi Fritz

El ritual del skincare y del cuidado personal se ha convertido en un acto de liberación que ha trascendido de lo privado a lo viral, donde la eliminación de capas de belleza se proclama como una performance casi transgresora. En TikTok, los videos de este estilo acumulan millones de visitas: «cuanto más fea te vas a la cama, más hot te despiertas». En otro video: “Si él no te ama con tu cinta adhesiva para la boca, tu máscara coreana para dormir, tu almohada de lado, los separadores para los dedos y el gorro de seda, ¿realmente te ama?”.

Observando estas imágenes de mujeres que se acuestan envueltas en un cóctel de tratamientos y accesorios, la pregunta es inevitable: ¿cómo, en el contexto de este universo de auto-cuidado, hay espacio para el deseo físico?

https://www.tiktok.com/@maytexmyers/video/7392969352594705695?referer_url=www.dazeddigital.com%2Fbeauty%2Farticle%2F64864%2F1%2Fskincare-boom-sex-recession-tiktok-12-step-night-time-routine&refer=embed&embed_source=121374463%2C121468991%2C121439635%2C121433650%2C121404358%2C121497414%2C73319236%2C121477481%2C121351166%2C121487028%2C73347566%2C121331973%2C120811592%2C120810756%2C121501435%3Bnull%3Bembed_blank&referer_video_id=7392969352594705695

El ritual nocturno de estas mujeres se convierte en una ceremonia casi inquebrantable. Con múltiples productos sobre la piel, protectores bucales y máscaras para los ojos, la devoción a este proceso se convierte en el centro de sus rutinas, y su vida sexual se ve influenciada por el skincare. El ritual de belleza se convierte en una prioridad no negociable, un acto que asegura que no se sienten seguras sin él. Esto puedo condicionar notablemente al acto sexual. Puede que una persona no quiera dormir con otra por no dejar de hacer su rutina o que si la otra persona la ve con todos los productos y accesorios no la va a desear.

Si bien las circunstancias varían, la crítica de belleza Jessica DeFino subraya que no es justo reducir la conexión sexual a una cuestión de rituales de belleza. “El sexo existe más allá del cliché de ‘apaga la luz y hazlo’», señala DeFino. «Es simplista asumir que quienes siguen una rutina meticulosa no tienen sexo solo porque se cubren la cara con mascarillas o se sellan los labios con cinta adhesiva. El erotismo no se basa en una apariencia predeterminada, sino en una conexión que trasciende las convenciones estéticas».

Por otro lado, compartir la complejidad de este proceso de belleza con la pareja puede convertirse en una forma de vulnerabilidad. Pero, más allá de los matices emocionales que pueda implicar este acto, se alza una inquietud mayor: un vacío erótico que se hace cada vez más evidente. Nadie parece estar sacrificando su tiempo de rutina para permanecer más cerca de su pareja. Es un juego de control, una resistencia deliberada a lo natural. Nos vamos a la cama con la boca sellada con cinta adhesiva, evitando el contacto, evitando incluso la posibilidad de perdernos en un abrazo, por miedo a que nuestra piel sin maquillaje sea vista.

“La cultura de la belleza nos mantiene obsesionadas con nuestra apariencia constantemente”, apunta DeFino. «El deseo sexual se ve distorsionado por esta constante preocupación por la imagen, y estudios sugieren que las mujeres que se distraen con su propio reflejo durante el sexo experimentan menor satisfacción y orgasmos menos intensos».

@emilycanham

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♬ Sunday – HNNY

No es coincidencia que estemos viviendo lo que bien podríamos llamar una recesión sexual en una era donde el culto a la belleza nos arrastra a seguir ideales tan distantes de lo humano. Según el informe del Dr. Justin Lehmiller del Instituto Kinsey, la Generación Z tiene relaciones sexuales solo tres veces al mes de promedio, y un 37% no ha tenido sexo en el último mes. La causa es obvia: la estética se ha vuelto casi la antítesis a lo erótico. ¿Qué hay de sensual en la “piel de donut glaseado” o en la inalcanzable “estética de chica limpia”?

La cultura de la belleza ha sido diseñada para que las mujeres (principalmente) prioricen la apariencia sobre el erotismo, para proyectar lo sexy antes de sentirse realmente sexy. DeFino lo resume con claridad: “La belleza siempre ha tenido que ver con disciplinar el cuerpo femenino, para que deje de ser un cuerpo y se convierta en un objeto de consumo. Hoy en día, esa disciplina se ha transformado en una automecanización del cuerpo: buscamos aplanar todos los signos de vida, como arrugas, poros y grasa, con la esperanza de alcanzar una perfección robótica”.

Pero, ¿es esta realmente una forma de vivir? Tal vez tu piel sea más clara si no dejas que nadie te bese la cara; tal vez tu cabello brille más si lo rocías con aceite de argán antes de dormir. Y, sin duda, puede que la sociedad sea más amable contigo si encajas con el estándar de belleza que te imponen. Está claro que adaptarse a esos ideales trae consigo ciertos beneficios socioeconómicos y, por eso, resulta casi imposible resistirse a la presión. Pero, al final, ¿es este el precio de la perfección? ¿Es más importante el estatus social que vivir genuinamente, sentir y conectar de manera auténtica?

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