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La doble cara del verano en Ibiza

Ibiza enfrenta un verano crítico entre sobreturismo y sobredosis, con hospitales saturados y una comunidad al borde del colapso.

La doble cara del verano en Ibiza

Ibiza, antaño un remanso de espiritualidad hedonista y libertad creativa, se enfrenta hoy a una paradoja tan urgente como perturbadora: ser víctima de su propio mito. Mientras los atardeceres siguen tiñendo de oro las calas del Mediterráneo y los beats resuenan en los superclubs más icónicos del planeta, los hospitales de la isla se encuentran saturados, no por pandemias ni catástrofes naturales, sino por una epidemia silenciosa que cada verano adquiere proporciones más dramáticas: la sobredosis.

Desde los años 30, Ibiza ha sido sinónimo de evasión, un refugio para artistas y pensadores, para quienes buscaban respirar fuera de las coordenadas del mundo moderno. Con los años, la isla abrazó la contracultura hippie, los excesos del rock and roll y más tarde el culto al clubbing. Pero lo que una vez fue un santuario de exploración sensorial y comunión con la naturaleza, ha evolucionado en una maquinaria turística hipermasificada cuya velocidad amenaza con destruir su propia esencia.

Según datos recogidos por The New York Times, durante el verano de 2024 más de una cuarta parte de las llamadas de emergencia en Ibiza estuvieron relacionadas con incidentes ocurridos en discotecas. Una cifra escalofriante que revela una crisis estructural: los recursos sanitarios, diseñados para atender a los 160.000 residentes permanentes, están desbordados por los más de 3,3 millones de turistas que cada año aterrizan en la isla —cifra que crece sin freno y que en 2025 ya mostraba un aumento del 5% en comparación con el año anterior.

Durante los meses de julio y agosto, los equipos de emergencia trabajan a ritmo frenético, respondiendo a situaciones que van desde intoxicaciones múltiples hasta estados de coma inducidos por cócteles de drogas sintéticas de dudosa procedencia. Técnicos sanitarios han denunciado que los recursos disponibles son tan escasos que, en ocasiones, hay que decidir a quién atender primero: un turista en shock en las inmediaciones de Amnesia o un anciano residente con un infarto en Sant Joan.

«Las noches no acaban. A las 3 de la mañana, seguimos recogiendo cuerpos inertes a las puertas de los clubes. Y no siempre son recuperables», comenta bajo anonimato un técnico de emergencias con más de diez años de experiencia en la isla. A este colapso asistencial se suma el silencio institucional: ni el Govern balear ni el Ministerio de Sanidad han ofrecido declaraciones oficiales sobre la situación, alimentando la sensación de abandono tanto entre los profesionales sanitarios como entre los habitantes de la isla.

Entre la entrada VIP y la droga low-cost

Mientras los precios de entrada a los clubs más populares superan los 100 euros por noche, muchos jóvenes optan por economizar en el consumo de sustancias, recurriendo a drogas de laboratorio —a menudo no reguladas, mal etiquetadas y con componentes altamente tóxicos. Las nuevas drogas sintéticas, vendidas a pie de playa o en los baños de los beach clubs, cuestan menos que una copa premium.

Este cambio en el patrón de consumo no solo ha incrementado los casos de sobredosis, sino que ha dificultado aún más el trabajo del personal médico, que se enfrenta a situaciones donde no saben ni qué sustancia han consumido los pacientes. La mezcla de MDMA adulterado, ketamina de baja pureza y pastillas no identificadas está llevando a muchos jóvenes al borde de la muerte.

El turismo como enfermedad autoinmune

Lo que está sucediendo en Ibiza es el reflejo de una patología más amplia que afecta a gran parte del sur de Europa: el turismo como agente de desgaste sistémico. Las autoridades, en su afán por proteger una economía basada en el monocultivo turístico, han relegado a segundo plano el bienestar de sus ciudadanos. El precio del alquiler se ha duplicado en cinco años, los residentes son expulsados de sus barrios y el tejido social se deshilacha ante una marea de visitantes que llegan, consumen y desaparecen.

Las manifestaciones de médicos, sindicatos y ciudadanos comienzan a multiplicarse, aunque todavía de forma dispersa y sin una respuesta política clara. El desequilibrio es tan evidente que incluso RTVE —la televisión pública española— ha dedicado reportajes al fenómeno, algo impensable hace apenas una década.

¿Y después del verano?

Cuando las luces se apaguen y los últimos DJs regresen a Berlín o Londres, quedará una Ibiza herida: con hospitales agotados, trabajadores quemados y una comunidad cada vez más resentida. El pulso entre economía turística y supervivencia social está en su punto de ebullición, y la isla parece haber alcanzado un límite físico y emocional.

Ibiza fue, alguna vez, sinónimo de libertad. Hoy, parece más bien un espejo roto donde se reflejan las contradicciones del presente: la glorificación del placer a cualquier coste, el silencio institucional, y una urgencia que ya no puede seguir siendo ignorada. Porque entre el sobreturismo y la sobredosis, lo que está en juego no es solo el futuro de una isla, sino el de un modelo de vida insostenible.

Marta de la Fuente inaugura en Ibiza la exposición Rituales.

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