En otro tiempo, comprar ropa de segunda mano implicaba sumergirse —casi arqueológicamente— en percheros abarrotados, con la promesa de hallar una pieza única, cargada de historia, estilo y subtexto cultural. Hoy, esa práctica ha sido absorbida y reconfigurada por la estética de lo inmediato. El concepto de “haul”, otrora asociado exclusivamente con las compras masivas de Shein o Zara, ha penetrado de forma inquietantemente efectiva en el universo de la reventa y la moda vintage.
Tanya Ravichandran, directora creativa y coleccionista de moda, lo expresa con claridad: «The RealReal y haul no deberían estar en la misma oración». Y, sin embargo, lo están. La reventa, antes bastión de la moda consciente y alternativa, ahora forma parte del mismo circuito de dopamina y compulsión visual que alimenta el ecosistema del fast fashion. En plataformas como TikTok, donde los hashtags #haul y #vintagehaul acumulan millones de visualizaciones, la ropa de segunda mano ha sido reempaquetada no solo como consumo, sino como contenido.
La mutación digital de lo vintage
En el centro de este nuevo ritual se encuentra una contradicción estructural: lo que se promociona como sostenible se consume con la misma velocidad vertiginosa de la moda desechable. En esta nueva narrativa de la reventa digitalizada, el proceso de selección personal e intuitiva ha sido reemplazado por un scroll frenético, potenciado por interfaces diseñadas para capturar la atención. Filtros por diseñador, década, talla y rebaja han transformado a The RealReal, Vestiaire Collective, Depop o eBay en plataformas adictivas, donde la experiencia del hallazgo se gamifica y se estetiza.
Lo que antes era arqueología textil, hoy se parece más a una caza algorítmica. Ya no importa tanto qué llevas puesto, sino cómo lo adquiriste: “Es vintage” ha dejado de ser una simple declaración de procedencia para convertirse en una señal de pertenencia estética, de coolness codificada. Como apunta la consultora Lizzie Wheeler, creadora del popular perfil Shit U Should Buy, “ahora puedes llenar tu carrito con piezas únicas y pagar un solo envío, lo cual facilita el transporte masivo”. Comprar vintage, en esencia, se ha convertido en un juego de velocidad y visibilidad.
El haul como gesto simbólico
El acto de “hauling” se ha estetizado hasta el extremo: abrir paquetes frente a una cámara, mostrar etiquetas de los años 90, desplegar faldas Jean Paul Gaultier o chaquetas Margiela como si fueran cartas de tarot. El haul deja de ser acumulación sin sentido y se convierte en performance: en una narrativa cuidadosamente orquestada para ganar seguidores, admiración y validación cultural. La moda vintage es, en este contexto, la nueva moneda de cambio estética.
Jazmine Brown, defensora de la moda sostenible, lo describe como una “droga visual similar a la del fast fashion”. Una microdosis de dopamina encapsulada en cada clip de TikTok, en cada publicación en Instagram, en cada newsletter de ofertas vintage. Lo que antes era curaduría, ahora es circulación. Y esa circulación, aunque menos contaminante en su origen, sigue anclada en una lógica de consumo acelerado.
Un mercado que crece, pero también se vacía
El mercado de segunda mano está en auge. En 2024, The RealReal sumó más de 433.000 compradores nuevos, y ThredUP reporta que el 88% del gasto en ropa de segunda mano ocurre exclusivamente en línea. Pero este crecimiento meteórico no llega sin preguntas incómodas: ¿qué se pierde cuando lo vintage se transforma en tendencia? ¿Qué ocurre cuando la moda lenta se acelera por exigencias algorítmicas?
La reventa, en su forma más pura, debería ser un espacio de exploración, de conexión con el pasado, de resistencia silenciosa contra lo efímero. Pero hoy también es escenario de prácticas extractivas. “Es increíblemente privilegiado entrar en una tienda de segunda mano y saquearla”, afirma Ravichandran. Esa afirmación no solo alude al poder adquisitivo, sino a la forma en que se desplaza el significado cultural de ciertas prendas: desde el archivo al espectáculo.
Las piezas vintage, ahora altamente codificadas como objetos de deseo, son vistas como capital cultural. No se trata solo de tener el vestido correcto, sino de saber contarlo. De saber postearlo.
La paradoja de la sostenibilidad visible
Al adoptar los mismos mecanismos del fast fashion —urgencia, novedad constante, códigos de descuento, gamificación—, muchas plataformas de reventa se ven atrapadas en una paradoja: ofrecen una alternativa sostenible, pero desde una lógica insostenible. La moda sostenible, como subraya Brown, no es únicamente una cuestión de qué compras, sino por qué y cómo lo haces.
Y es que la sostenibilidad es, ante todo, una mentalidad. Un gesto de pausa, de intención, de conexión con la historia de cada prenda. Cuando se compra vintage para capitalizar la estética de lo exclusivo sin esa reflexión, se desvirtúa el sentido original del acto. La prenda deja de ser una extensión de valores y se convierte en una simple herramienta de diferenciación digital.
La urgencia de desacelerar
Es necesario repensar la velocidad a la que estamos consumiendo incluso lo que consideramos “bueno”. El auge de la reventa digital puede ser una bendición para mantener las prendas en circulación y evitar su final en vertederos, pero si se basa en la misma lógica de acumulación y visibilidad, la diferencia es solo superficial.
“Vintage necesita ser vigilado”, concluye Ravichandran. No como una forma de elitismo o exclusión, sino como una llamada a la responsabilidad cultural y ecológica. No todas las piezas deben estar en rotación continua. Algunas deben ser entendidas, archivadas, preservadas.
La moda vintage, cuando se la aborda con respeto, puede ser una vía hacia un vestir más consciente. Pero cuando se convierte en haul, en contenido, en carrera, pierde su esencia. Si vas a comprar una pieza, pregúntate: ¿Qué representa para ti? ¿Estás dispuesto a cuidarla, a darle una vida? ¿O solo quieres decir que es vintage?
En una era de hipervínculos, algoritmos y validación performática, la moda de segunda mano está en riesgo de convertirse en una nueva forma de olvido disfrazada de nostalgia. Porque no todo lo antiguo es automáticamente valioso.
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