Vivimos en una sociedad obsesionada con las tendencias. Desde la ropa y los accesorios hasta la tecnología y el entretenimiento, todos a la búsqueda de la próxima gran cosa que nos haga sentir pertenecientes a un grupo social que extienda nuestra identidad y hable por nosotros. Pero, ¿alguna vez te has detenido a preguntarte si realmente estás tomando decisiones libres cuando te compras el cinturón de moda(aunque sea de los 90s), escuchas vinilos o te haces las naked nails?
En la sociedad capitalista en la que vivimos, el juego de consumo está diseñado para que sientas que estás haciendo elecciones auténticas, cuando en realidad estás atrapado en un laberinto de ilusiones. Karl Marx lo habría llamado «fetichismo de la mercancía». La psicología del consumismo y el capitalismo es fascinante y, al mismo tiempo, aterradora. Las grandes corporaciones bombardean con mensajes persuasivos que te hacen sentir que necesitas «ese producto» para ser feliz, exitoso y aceptado. Nos venden la idea de que comprarnos el último modelo de iPhone, un par de zapatillas de edición limitada o la camiseta de moda nos hará sentir completos y satisfechos; además, por supuesto, de reafirmar nuestra identidad. Pero antes de que te des cuenta, estás buscando la próxima víctima que consumir, y cambias una necesidad por otra. Una necesidad que, si lo piensas dos veces, en realidad no tienes.
Las Tendencias: ¿libertad de elección o una ilusión?
Las tendencias, esas olas de productos que inundan nuestras redes sociales plataformas de streaming y tiendas favoritas. Hay tantas cosas en este mundo al alcance que puedes elegir, que parece fácil tener cualquier cosa al alcance. Pero, ¿estamos realmente eligiendo o simplemente siguiendo el camino marcado por las marcas? Las tendencias se presentan como opciones frescas y emocionantes, pero detrás de ellas suele haber una estrategia cuidadosamente elaborada, con un trabajo de branding e identidad de marca lo suficiente sólidas para asociar valores, emociones y características específicas a sus productos, y cazarnos. Mira el caso de Diesel. Ellos ya sabían que su cinturón de la D iba a ser un éxito. La conexión emocional con los consumidores la han creado ellos, fomentando un séquito de fieles a la D que desean cualquier objeto con la inicial.
Diesel, como el resto, nos han hecho creer que consumiendo su marca expresamos nuestro yo, metiéndonos en el mismo saco que a otros tantos millones de personas. Y ese es uno de los trucos más astutos del consumismo y el capitalismo actuales: hacernos creer que estamos expresando nuestra individualidad mientras nos limitamos a seguir tendencias. Marx argumentaba que el capitalismo tiende a homogeneizar la cultura y crear una ilusión de diversidad. ¿Cuántos de nosotros hemos comprado una prenda o un gadget simplemente porque se lo hemos visto a alguien y nos ha gustado?
La paradoja se cuenta sola: buscamos individualidad a través de la uniformidad. Buscamos llenar un vacío promovido por la sociedad de consumo y comunicación exacerbada, en un intento de encontrar significado en nuestras vidas y “pertenecer”. Las marcas capitalizan esta necesidad, prometiendo que sus productos nos harán sentir más completos y conectados. Pero la verdadera conexión y significado no se encuentran en las estanterías de las tiendas ni a golpe de click.
Vivimos profundamente influenciados por el consumismo, donde se nos anima constantemente a comprar y adquirir más. Esta cultura de consumo no solo afecta nuestra economía, sino que también moldea la forma en que nos percibimos a nosotros mismos y a los demás. A menudo, las personas asocian el éxito y la felicidad con la acumulación de bienes materiales. Esto lleva a la creencia errónea de que nuestras posesiones definen nuestra valía y estatus social.
Tendemos a basar nuestros gustos en nuestras posesiones porque se nos enseña desde temprana edad que lo que tenemos refleja quiénes somos. La ropa que usamos, el teléfono que tenemos, el coche que conducimos…todo se convierte en un medio para comunicar nuestra identidad al mundo. En algunos casos, incluso llegamos a juzgar a los demás por sus posesiones, creando una cultura de apariencias y estereotipos superficiales. Plataformas como Instagram y Tiktok acentúan más este comportamiento con su mecanismo de vídeos cortos e historias instantáneas. Una amalgama de cosas sin trasfondo.
Sin embargo, basar nuestros gustos en posesiones puede llevarnos a una superficialidad que oculta nuestra verdadera esencia incluso a nosotros mismos. En lugar de explorar y expresar nuestras pasiones, valores y creencias a través de nuestras acciones y relaciones, a menudo nos contentamos con mostrar nuestra identidad a través de lo que compramos o lo que enseñamos por redes. Y mostramos nuestra identidad buscando la constante validación y aprobación de los demás para valorarnos. La inmediatez y superficialidad del funcionamiento lleva a una insatisfacción constante, que nunca puede resolverse. Se vuelve un bucle.
¿Cómo puede existir libertad de elección bajo una presión extrema de estímulos o una exposición a información constante? Aunque cada vez contemos con más opciones para elegir libremente, las opciones están cada vez más condicionadas por factores económicos, políticos y sociales: una enorme influencia de las grandes corporaciones que dominan las industrias, las presiones sociales(tendencias), la falta de competencia real en el mercado, las regulaciones gubernamentales que limitan las opciones disponibles. Esta ilusión de la «libertad de elección» hace replantearme cuánta verdadera autonomía tenemos las personas para tomar decisiones libres en el sistema capitalista actual, y cómo podemos librarnos del espejismo.
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