El debut más esperado de la temporada tuvo lugar el pasado 6 de octubre en el Grand Palais de París.
Todo el mundo esperaba con impaciencia este gran momento. Y por fin la cuenta atrás llegaba a su fin con un diálogo eterno entre la libertad y el amor. Así es como Matthieu Blazy planteó -y conquistó con excelencia- la nueva era de Chanel, donde no existen relojes ni fronteras. Una conversación donde el tiempo no existe, y plantea un intercambio entre Gabrielle Chanel y él.
Para el diseñador franco-belga, «Chanel es sinónimo de amor». Y en su primera colección para la Maison, ese amor se convierte en un idioma visual que traduce el pasado en presente. Es un gesto que no busca evocar nostalgia, sino continuidad, al mismo tiempo que la herencia se reinterpreta con cierto toque rebelde.
«No hay tiempo para la monotonía rutinaria. Hay tiempo para el trabajo. Y tiempo para el amor» escribió Gabrielle, a lo que Blazy parece haber respondido, casi un siglo más tarde, con una propuesta que desdibuja la distancia entre ambos.
Entre planetas de colores vibrantes y una banda sonora emocionante, la colección Primavera-Verano 2026 abrió una paradoja: lo masculino como punto de partida de lo femenino. Una camisa y un pantalón -la herencia de Boy Capel– se transforman en símbolos de poder y deseo. La camisa, confeccionada junto a Charvet, mantiene su rigidez clásica, pero se suaviza al contacto con el cuerpo femenino. Las chaquetas, inspiradas en los trajes británicos, revelan bordes sin rematar y proporciones sutilmente subvertidas.
El tweed inconfundible de Chanel, el mismo que nunca deja de mutar, aparece ahora pulido, ágil, con una determinación que evoca movimiento. Blazy juega con la dualidad entre lo pragmático y lo seductor, con el objetivo de conquistar al mundo y también dejarse conquistar al mismo tiempo.
Otro icono como el bolso 2.55 deja ver su pátina. Las camelias se marchitan con elegancia. Los tweeds, se deshilachan pero conservan su fuerza. El diseñador entiende que la belleza también está en la huella del uso, en esa imperfección que hace real lo sublime.
Los códigos gráficos de Chanel -el blanco y el negro, las líneas Art Déco, la arquitectura- se reconfiguran sobre sedas fluidas, bordados delicados y estampados que se expanden como pétalos. Las líneas se suavizan y se redondean, las transparencias cobran protagonismo, y las joyas orbitan como planetas de cristal, con perlas deformadas.
Nadie quiso perderse este gran momento en la historia de Chanel. Ni nosotros, ni Penélope Cruz, Sofia Coppola, Pedro Pascal, Margot Robbie, Kendall Jenner, Pedro Almodóvar, Tilda Swinton, Peggy Gou, Úrsula Corberó, Ayo Edebiri, Jennie, Angèle, Vanessa Paradis, Lily-Rose Depp, Nicole Kidman, o Iman Khelif, entre muchos otros.
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