El estrés ya no es un síntoma puntual, sino el pulso que marca la vida contemporánea. Según el Consejo General de la Psicología en España, nueve de cada diez españoles (96%) han sentido estrés en el último año. La cifra revela un problema que va más allá de la mente: un modo de vida sostenido en la prisa.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo considera uno de los principales problemas de salud pública del siglo XXI. El estrés prolongado no solo altera el estado de ánimo: impacta en el sistema inmunitario, acelera procesos inflamatorios y está detrás de numerosas enfermedades cardiovasculares y digestivas. Vivimos, en palabras de la farmacéutica y nutricionista Marta Hernández, “con el sistema nervioso en alerta constante, reaccionando al correo del jefe como si fuera una amenaza real”.
El cuerpo, sin embargo, no está hecho para esa permanencia en la tensión. El cortisol —la hormona del estrés— debería activarse y apagarse en ciclos breves. Hoy, la mayoría de las personas mantienen niveles elevados durante días o semanas. El resultado es un cansancio que no se alivia durmiendo y una mente que no sabe desconectarse.
No es cuestión de satanizarlo, es nuestro aliado evolutivo: la hormona que activa la respuesta de lucha o huida, la que nos ha mantenido con vida desde que la amenaza era un depredador. Pero en esta era, donde el león ha sido sustituido por la bandeja de entrada y el multitasking, ese mismo sistema de alerta se convierte en un sabotaje crónico.
Una cultura del cansancio
El estrés se ha convertido en una seña de identidad de nuestro tiempo. No es solo una reacción fisiológica: es un sistema cultural. La productividad se ha transformado en valor moral, y el descanso, en una forma de culpa. “Vivimos en un modelo que glorifica la aceleración y desprecia la pausa”, señala el psicólogo organizacional Joan Laporta.
Los datos lo confirman. Según el Instituto Nacional de Estadística, el estrés laboral provoca cada año más de 80 millones de horas de trabajo perdidas en España. Pero el coste real no se mide en cifras, sino en bienestar: relaciones deterioradas, fatiga crónica, insomnio y sensación de desconexión emocional.
Para la OMS, esta situación constituye una amenaza silenciosa. No es casual que los casos de ansiedad, depresión y trastornos del sueño se hayan disparado en Europa durante la última década. Lo que antes era un episodio pasajero se ha convertido en una condición colectiva.
Cuando la ciencia mira al sistema nervioso
Ante esta realidad, la investigación ha empezado a cambiar de foco. Ya no se trata solo de tratar los síntomas, sino de entender cómo funciona la respuesta fisiológica al estrés y cómo puede regularse de forma sostenible. Las líneas más innovadoras apuntan a la relación entre intestino y cerebro, al papel del microbioma en la regulación emocional y a los efectos de los llamados adaptógenos: sustancias naturales que ayudan al organismo a adaptarse al estrés y restaurar su equilibrio.
Estos avances han impulsado una nueva generación de proyectos que combinan ciencia, nutrición y naturaleza. Entre ellos, la firma española Superlativa, nacida en 2021, ha centrado su trabajo en la gestión natural del estrés con fórmulas basadas en extractos botánicos con evidencia científica. Su línea Superlativa Forte, orientada a los picos de estrés agudo, utiliza ingredientes como Magtein®, Ashwagandha Shoden® o Rhodiolife® para aportar calma sin provocar somnolencia.
Recientemente reconocida en los Premios Farmacia 2025, la marca forma parte de una tendencia más amplia: la búsqueda de soluciones naturales, eficaces y seguras que ayuden a equilibrar la mente sin renunciar a la actividad.
La calma como nuevo paradigma
El estrés se ha convertido en el telón de fondo de la vida contemporánea: un pulso constante que atraviesa nuestras rutinas y moldea nuestras emociones. No se trata solo de una cuestión individual, sino de una estructura social que premia la productividad, la inmediatez y la conexión permanente. En este nuevo paradigma, el verdadero desafío no es escapar del ritmo, sino aprender a movernos dentro de él sin perdernos. Recuperar la pausa —esa forma silenciosa de resistencia— implica redibujar nuestras prioridades, reconciliarnos con la lentitud y comprender que el equilibrio no surge de la desconexión total, sino de una nueva manera de habitar la tensión.
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