El poder de la intimidad y de esa conexión verdadera en la vida real fue la base sobre la que Pieter Mulier levantó y estructuró su nueva colección para Alaïa SF23. En su casa de Amberes, entre editores de moda y amigos, presentó así esta nueva secuencia escultórica en la que, desde la oscuridad, irradiaron las nuevas deidades de Alaïa.
En medio del fervor y la histeria colectiva de las semanas de la moda, la propuesta de Pieter Mulier supuso una vía de escape con la que evadirse de la civilización. Una celebración que tuvo lugar en su propio ático brutalista diseñado en 1968 por León Stynen y Paul de Meyer, situado en lo alto de la Torre Riverside. Una obra maestra arquitectónica, que comparte con su socio Matthieu Blazy, sobre la que desplegó su visión divinizada para SF23 Alaïa.
El diseñador belga hizo de la moda algo personal y exclusivo: una filosofía con la que impregna cada vez más su sello en la extensa narrativa de Alaïa tras la muerte de Azzedine, a través de siluetas transpirables, minimalistas y construcciones hiper-femeninas que envuelven los cuerpos de la mujer. Un lenguaje representativo que ya dejó escrito en las notas del desfile: «una noción de escultura a través de la ropa, de esculpir la forma a partir de la tela, del modisto como bâtisseur que confecciona prendas alrededor del cuerpo».
DENTRO DEL TEMPLO SF23
Los looks de apertura ya consiguieron cautivar a los invitados de este evento íntimo, a través de esculpidas piezas de lana negra que dibujaban las figuras hiper-femeninas, entre cinturas ceñidas, transparencias y cortes minimalistas. Prendas embellecidas con adornos metálicos que recorrían los bustos de las modelos, radicalizados mediante piercings punk, o los ojales plateados y las cremalleras de Azzedine aplicadas a infinidad de piezas deconstruidas.
La circularidad recorrió esta propuesta entre prendas sinuosas y diáfanas, pantalones abombados o curvilíneos, así como hombros redondeados en prendas de punto estructuradas o abrigos oversize. El cuero coexistió asimismo en esta colección en faldas en espiral o vestidos, en la que también se sucedió una continuación en el diseño de las capuchas drapeadas que Pieter lleva explorando desde hace un tiempo atrás.
Esa narrativa escultural, exhibida sobre un fondo brutalista, siguió extendiéndose en una serie de vestidos resplandecientes, como un vestido columna de gasa de cuello alto o en faldas campanadas de tafetán, que acabaron de cerrar este círculo artístico con el que Mulier reimagina y eleva el legado de Alaïa.
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