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Poor Opulence: la reinterpretación elitista de la vida rural en la moda

Descubre qué es la poor opulence, la tendencia que transforma la estética campesina en un nuevo lenguaje de lujo en la moda contemporánea.

Poor Opulence: la reinterpretación elitista de la vida rural en la moda

A medida que la moda se consolida como uno de los lenguajes visuales más complejos y reveladores de nuestro tiempo, emerge con fuerza una tendencia que, por su ambivalencia conceptual, merece especial atención: la poor opulence. Este oxímoron – que combina la apariencia de la escasez con los códigos del lujo – expresa una creciente fascinación por la estética rural, reinterpretada desde el confort del privilegio. Más allá de una simple tendencia estilística, esta nueva sensibilidad refleja tensiones culturales más amplias: el deseo de huir del vértigo urbano, la idealización de la vida campesina y la transformación de la austeridad en símbolo de estatus.

Lo rural reconstruido desde el privilegio

La poor opulence, en su forma más sintética, puede entenderse como la reinterpretación lujosa de los códigos visuales asociados a la vida campesina. Pañuelos atados a la cabeza, lino sin tratar, prendas de punto artesanales, siluetas amplias y textiles que evocan la sencillez del vestir tradicional rural: todo ello se presenta hoy bajo un prisma de sofisticación estudiada, ajena a cualquier noción real de precariedad. La paradoja es evidente, incluso deliberada: la opulencia se disfraza de pobreza.

Esta tensión fue articulada con claridad por Simon Porte Jacquemus en su colección SS26, Le Paysan, donde el diseñador rinde tributo a su infancia en la Provenza francesa. El desfile, ambientado en una escenografía campestre en los jardines de Versalles, desplegó túnicas de lino, clutches en forma de verduras, gorros de gavroche y prendas que evocaban la vida agrícola. No obstante, la atmósfera no tenía nada de ardua ni de terrenal: era una visión idílica, casi onírica, de la vida en el campo.

La afirmación del propio diseñador: «puedes sacar al chico del campo, pero no al campo del chico» opera como un leitmotiv de esta tendencia: una búsqueda de autenticidad desde el artificio, donde la referencia biográfica se convierte en recurso de branding emocional más que en testimonio de clase o experiencia vivida.

Una estética transversal: de Prada a Hermès

Esta fascinación por lo rural no se limita a Jacquemus. Durante la temporada SS26, múltiples casas de moda han incorporado elementos visuales del imaginario campesino a sus colecciones. Prada propuso un sombrero de paja que recuerda tanto a la arquitectura cónica del trullo italiano como al dǒu lì asiático, el típico sombrero usado por los campesinos en varias regiones de China y el Sudeste Asiático. Esta hibridez cultural, plantea interrogantes sobre la apropiación estética en un mercado globalizado.

Giorgio Armani, por su parte, introdujo una reinterpretación de la estropeta, tradicionalmente asociada a las culturas rurales mediterráneas, ahora despojada de su funcionalidad original y reconfigurada como símbolo de elegancia etérea. Marcas como The Row, Loro Piana, Setchu y Lemaire también presentaron siluetas que evocan lo artesanal, lo natural y lo esencial, alineándose con una narrativa estética que busca ofrecer una alternativa al vértigo de la modernidad tecnocapitalista.

De la nostalgia a la capitalización simbólica

Esta estetización de lo rural no puede comprenderse sin considerar el contexto sociopolítico actual. El resurgimiento del imaginario campesino en la moda no es ajeno al clima de inseguridad global, el colapso ecológico y la creciente desafección hacia los centros urbanos. El campo, con su promesa de lentitud y cercanía, se convierte en un refugio simbólico. Sin embargo, como sucede con frecuencia en la industria de la moda, este gesto de retorno no implica una verdadera transformación estructural, sino una revalorización superficial, de una condición históricamente marginada.

Así, la poor opulence no sólo estetiza la pobreza rural, sino que, en muchos casos, la romantiza y la convierte en mercancía. Se celebra la artesanía, pero sin comprometerse con las condiciones de los artesanos; se emulan los códigos de una vida austera, pero sin renunciar a la exclusividad ni al margen de beneficio. Esta dinámica revela una tensión ética en el corazón mismo de esta tendencia: ¿es posible rendir homenaje sin exotizar? ¿Se puede hablar de humildad desde el privilegio?

Cabe preguntarse si la poor opulence representa una crítica legítima a la aceleración contemporánea y a la homogeneización cultural impuesta por el mercado, o si se trata de una nueva forma de escapismo elitista. En el mejor de los casos, podría entenderse como una oportunidad para revalorizar saberes ancestrales, prácticas sostenibles y una estética más humana. En el peor, se convierte en una farsa visual que instrumentaliza la precariedad para generar deseo y exclusividad.

La moda, como reflejo privilegiado de las tensiones culturales de su tiempo, tiene la capacidad de vehicular mensajes poderosos. Sin embargo, cuando estos mensajes se vacían de contexto y se presentan únicamente como lenguaje estético, corren el riesgo de reforzar las mismas lógicas que pretenden cuestionar. La poor opulence, en su forma más crítica, debería invitar a una reflexión profunda sobre la producción, la distribución del valor, la representación y el lugar del otro en el sistema moda. De no hacerlo, no estaríamos ante una verdadera resignificación de la austeridad, sino simplemente frente a otra forma de out-of-touch opulence.

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