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¿Por qué los hombres heterosexuales no leen novelas?

¿Por qué la narrativa literaria ha quedado tan lejos del radar masculino? ¿Es solo una cuestión de tiempo, o algo más profundo está en juego?

¿Por qué los hombres heterosexuales no leen novelas?

En un contexto cultural cada vez más marcado por la prisa, la productividad y las exigencias capitalistas, la lectura de novelas parece haber quedado relegada a un segundo plano, especialmente entre los hombres heterosexuales. Mientras los libros de autoayuda, las biografías y la literatura de no ficción ocupan las estanterías, la novela, esa forma literaria que invita a la introspección, la empatía y la reflexión, parece un lujo que pocos se permiten. Pero, ¿por qué la narrativa literaria ha quedado tan lejos del radar masculino? ¿Es solo una cuestión de tiempo, o algo más profundo está en juego?

La sociedad actual, intoxicada por la idea de la eficiencia absoluta, ve la lectura como algo potencialmente ineficaz. En un paisaje donde cada minuto cuenta, el tiempo invertido en una novela, que no promete un retorno tangible o inmediato, se percibe como una «pérdida». La narrativa de la productividad, alimentada por la cultura del hustle, ha moldeado una mentalidad donde todo lo que no se puede convertir en algo cuantificable se ve como prescindible. En este contexto, sumergirse en una novela se convierte en una actitud casi subversiva.

El culto a la productividad: Tiempo es dinero

La sociedad actual, intoxicada por la idea de la eficiencia absoluta, ve la lectura como algo potencialmente ineficaz. En un paisaje donde cada minuto cuenta, el tiempo invertido en una novela, que no promete un retorno tangible o inmediato, se percibe como una «pérdida». La narrativa de la productividad, alimentada por la cultura del hustle, ha moldeado una mentalidad donde todo lo que no se puede convertir en algo cuantificable se ve como prescindible. En este contexto, sumergirse en una novela —sin la promesa de aumentar tus ingresos, subir tu estatus o mejorar tu productividad— se convierte en una actitud casi subversiva.

Masculinidad y la tiranía de la utilidad

La relación entre los hombres y la ficción está enraizada en una historia de divisiones de género que siguen marcando las pautas. Desde el siglo XIX, la novela fue considerada un espacio culturalmente femenino. En una sociedad que relegaba a las mujeres a la esfera privada, la literatura se convirtió en su refugio, un terreno donde podían explorar emociones y fantasías. Los hombres, en cambio, se veían empujados hacia una existencia pública, orientada hacia la acción y la productividad. Este legado cultural sigue vivo hoy: los hombres tienden a gravitar hacia actividades que prometen resultados visibles y medibles, mientras que la ficción, con su exploración emocional y su ritmo pausado, se percibe como un lujo del que no pueden prescindir.

En tiempos modernos, donde la crisis de la masculinidad se articula principalmente en torno a la necesidad de ser exitoso, competitivo y productivo, la novela se ve como una amenaza a ese modelo. Las figuras de la «superación personal» —que predican el auto-optimizarse hasta el último minuto del día— raramente promueven la reflexión introspectiva que caracteriza a la literatura de ficción. En cambio, el consumo de libros de no ficción, esos que prometen recetas rápidas para alcanzar el éxito, se ajusta más a la narrativa dominante del «hacer más, ser más».

La educación y el modelo de lectura masculino

Desde pequeños, los hombres son guiados hacia otras formas de entretenimiento que no involucran la lectura de ficción. En un sistema educativo donde los clubes de lectura son dominados por niñas, y donde la figura del lector masculino sigue siendo una rareza, los jóvenes se alejan de la literatura de ficción. Los hombres rara vez tienen modelos de lectura masculinos que les sirvan de inspiración, y aquellos que se acercan a la literatura tienden a gravitar hacia libros que ofrecen herramientas prácticas para la vida, en lugar de sumergirse en mundos ficticios.

La literatura juvenil, en particular, ha quedado completamente dominada por el universo de las adolescentes, con sagas y géneros como la fantasía o el romance dirigidos casi exclusivamente a ellas. Esto refuerza una noción de que la ficción es un terreno reservado para las mujeres, mientras que los hombres deben centrarse en «cosas serias» que, en última instancia, se alineen con el sistema de recompensas sociales y económicas.

La ficción: un refugio de reflexión y empatía

A pesar de todo esto, la novela sigue siendo una de las herramientas más poderosas para la construcción de empatía, reflexión y autoconocimiento. A través de la ficción, los lectores se ven obligados a explorar perspectivas ajenas, a ponerse en los zapatos de personajes con vidas radicalmente diferentes. Este ejercicio, que promueve la introspección y la conexión emocional, está lejos de ser «innecesario». Leer novelas no es solo un escape: es un acto profundo de reflexión sobre la condición humana. Mientras el resto del mundo te impulsa a ser más, hacer más y producir más, la ficción te invita a ser, simplemente, a sentir y a cuestionar.

La capacidad de la ficción para cultivar la empatía es una de sus cualidades más valiosas. En un momento cultural donde la masculinidad se encuentra atrapada en su propia caja, leer novelas puede ofrecer una salida, una forma de explorar nuevas formas de ser hombre, lejos de las normas de dureza, competitividad y racionalidad absoluta. A través de la literatura, los hombres pueden aprender a lidiar con sus emociones, a ser vulnerables, a cuestionarse sin miedo al juicio.

¿Puede la novela reconstruir la masculinidad?

La respuesta, aunque no definitiva, es sí. En la lectura de una novela, los hombres pueden encontrar una vía para desafiar las rígidas construcciones de la masculinidad contemporánea. Al permitirles sentirse vulnerables, reflexivos y abiertos, la ficción puede ofrecer un espacio de crecimiento personal que la cultura actual ha intentado eliminar. Lejos de ser una pérdida de tiempo, la lectura se convierte en una inversión en la salud emocional y mental de aquellos dispuestos a explorar la complejidad humana.

La novela ofrece algo que el culto a la productividad no puede: un respiro de la constante presión de ser más, de hacer más, de siempre estar en movimiento. La ficción no solo te permite ser parte de mundos imaginarios, sino que te ayuda a entender el tuyo propio de una manera más profunda. Y en un contexto donde la masculinidad se siente cada vez más atrapada en su propia crisis, esta podría ser la clave para abrir nuevas puertas hacia una versión más completa y compleja de lo que significa ser hombre.

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