¿Fue Reebok la primera marca de grafiteros? Quizá no haya archivos oficiales que lo demuestren, pero si escarbamos en el imaginario colectivo de los 80 y 90, la respuesta está en los muros, en las estaciones abandonadas y en las zapatillas llenas de aerosol. Antes de que las grandes firmas entendieran el potencial del streetwear, Reebok ya estaba ahí, calzando a los que hacían arte a los márgenes de la ley.
La escena era clara: el metro de Nueva York convertía sus vagones en galerías rodantes, el boom box marcaba el ritmo en las esquinas, y en cada crew de writers siempre había alguien con unas Classic Leather impolutas —o no tanto— mientras corría del buff. La marca británica, nacida en el deporte, fue absorbida sin querer por una subcultura que la reinterpretó a su manera.
A diferencia de Nike, que siempre ha gastado cantidades ingentes en publicidad, o de Adidas, que se apoyó en Run DMC para posicionarse, Reebok tomó una actitud más bajo perfil. Y eso fue clave. Sin campañas grandilocuentes ni embajadores oficiales, se convirtió en una marca de barrio; porque era accesible, cómoda, y sobre todo, tenía actitud. Las Workout, las NPC, las Freestyle —sí, las de aerobic que terminaron en el Bronx y no en gimnasios— eran parte del look de quien vivía la ciudad con el cuerpo entero. Además, su diseño sobrio, sin colores estridentes ni logos invasivos, era perfecto para quienes no querían llamar la atención de la policía mientras pintaban. Pasar desapercibido también era parte del arte.
Y aunque nunca hubo una campaña firmada por un writer, las Reebok estaban en los pies de los nombres que hoy llenan libros y documentales del mundo del grafiti: Dondi White, Futura 2000, Lady Pink, Seen, Blade… En fotos de archivo aparecen con zapatillas blancas, muchas veces unas Classic o Workout machacadas de tanto correr entre vagones. Reebok no les pidió que las llevaran. Ellos lo hicieron porque era lo que había, lo que aguantaba su modus vivendi.
Mientras el mundo del grafiti se hacia cada vez más popular, Reebok se colaba en los pies de los que pintaban ilegalmente; todo al margen de contratos, campañas publicitarias y promociones. Así que la de Reebok con el mundo del grafiti no fue una alianza vox populi no, pero sí una unión que se ha mantenido auténtica hasta a día de hoy.
Con el tiempo, lo que empezó como firmas en trenes terminó colgando en galerías. El grafiti mutó en arte urbano, y Reebok, lejos de desvincularse, supo acompañar ese salto sin traicionar el origen. Lo hizo colaborando con figuras como Blade, que pasó del metro neoyorquino a customizar unas Classic como si fueran vagones; con Keith Haring, cuyo trazo pop y activista encontró en Reebok un nuevo lienzo; o con marcas como Vetements, que reinterpretaron la estética callejera con códigos de lujo, pero sin olvidar las raíces. Así, Reebok no solo calzó a los primeros writers, también entendió que la cultura cambia de forma.
Y eso lo entendió muy bien Montana Colors, referente absoluto en el mundo del grafiti. Su reciente unión con Reebok no ha sido casualidad: ambas marcas beben de la misma fuente: creatividad libre, más bien low key, y en ocasiones ilegal.
El encuentro entre MONTANA y Reebok Classic Leather es una manera de decirnos que las míticas Reebok han pertenecido siempre a la cultura underground sin buscarlo. Y sí, puede que Reebok no fuese la primera marca de grafiteros, pero sin duda fue la marca que no necesitó proclamarse como tal para serlo.
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