En 1983, Howard Schultz —por entonces director de marketing de Starbucks— aterrizó en Milán y se sentó en Camparino. Lo que encontró allí no fue solo un espresso: fue una rutina diaria donde el barista conoce tu nombre, el café se bebe de pie, pero también con calma, y el ritual en sí mismo de tomar el cafe es igual o mas importante que su venta. Esa experiencia redefinió su forma de entender el negocio -que por aquel entonces, y desde que nació en 1971 en Seattle, se basaba solo en venta mayorista de granos de café-. Y así, Starbucks cambió para siempre.
Schultz volvió a Estados Unidos obsesionado con replicar lo que había vivido en Italia. Así nació el Starbucks tal y como lo conocemos hoy: un lugar donde el café no solo cumple con el objetivo de compra sino que se asocia a un momento de pausa, y, no nos vamos a engañar, también es un refugio para muchos profesionales freelance que trabajan en remoto.
Pero irónicamente, Italia seguiría siendo el gran ausente en el mapa Starbucks… hasta 2018. Tuvieron que pasar 35 años para que la marca volviera al punto de partida. Y lo hizo con el respeto y la ambición de quien entiende que está pisando terreno sagrado. Nada de tiendas al uso. Starbucks abrió su primer espacio en Italia en forma de Reserve Roastery: un templo dedicado al café.
Ubicada en el Palazzo delle Poste, en pleno corazón de la Piazza Cordusio, la Roastery de Milán ocupa más de 2.000 m² donde se tuesta, se cuenta y se experimenta el café. Entre encimeras de mármol y detalles de cobre, se encuentra su tostadora de seis metros, que preside el centro del espacio. En torno a a esta, nos encontramos varias áreas distintas donde empaparse de la cultura cafetera.
Uno de sus grandes aciertos es el Arriviamo Bar, donde la coctelería clásica italiana entra en diálogo con el café de especialidad. El Espresso Martini o el Cold Brew Negroni no son solo combinaciones ingeniosas, sino símbolos de una fusión cultural bien entendida. Todo en un entorno que recuerda más al lobby de un hotel de diseño que a una cafetería al uso.
Junto a él, la panadería Princi —también milanesa— hornea a diario focaccias, panes y repostería en un horno de leña visible desde la sala. A eso se suma la estación de affogato preparado al momento con nitrógeno líquido, y los métodos como Chemex, Siphon o Clover, que permiten al visitante explorar nuevas formas de entender el café, y de saborearlo.
La Roastery de Milán es sin ninguna duda la cafetería de la multinacional americana más impresionante de Europa. Pero de una forma más poética, o agradecida quizas, es la forma de devolverle a Italia el reconocimiento de que su tradición cafetera cambió Starbucks para siempre.
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