SUNNEI nunca juega en el mismo tablero que el resto. Su estrategia no es presentar colecciones, sino replantear el propio formato de la moda. Esta vez, la Primavera/Verano 2026 no se desplegó en pasarela, sino en una subasta imaginaria diseñada junto a Christie’s Italia, epicentro de la compraventa de arte a nivel mundial. La pregunta de partida fue clara: ¿qué ocurre cuando la moda adopta los códigos del mercado del arte? La respuesta: un teatro especulativo donde nada está realmente a la venta, aunque todo lo parezca.
A su llegada, los 150 invitados recibieron una tarjeta plateada. Al rascarla, emergía un número: la cantidad máxima de “dólares” ficticios para pujar durante la velada. Un gesto que situaba a cada asistente en el rol de coleccionista, especulador o inversor. El escenario estaba diseñado como un teatro ambiguo y surreal. Sobre la tarima, Cristiano De Lorenzo, Managing Director de Christie’s Italia, conducía la subasta. En el papel de operadores telefónicos estaban miembros de la comunidad SUNNEI con looks de SS26.
El primer lote fue una caja de madera monumental que, al abrirse, reveló un logotipo SUNNEI colosal. Una venta simbólica: el logo, la marca en sí misma, como primer objeto de deseo transaccionado. El segundo lote llevó la metáfora al extremo: otra caja contenía a Loris Messina y Simone Rizzo, directores creativos y fundadores de la firma. La marca ponía en escena la posibilidad de vender no solo su identidad gráfica, sino también sus mentes. Los invitados respondieron con pujas, y la escena adquirió tintes de ironía ácida.
Cada intérprete, cada operador telefónico, encarnaba los looks desde la singularidad de su propia identidad. No se trataba de ver prendas en serie, sino de observar cómo la ropa se transforma en lenguaje cuando se integra en un guion mayor. La colección, así, funcionó como gramática visual de la puesta en escena, sin reclamar protagonismo. SUNNEI eligió diluir el objeto moda en un ecosistema narrativo más amplio, subrayando que, en este contexto, lo que importa no es el vestido, sino el juego de valores y deseos que lo rodean.
Horas después del show, Messina y Rizzo anunciaron su dimisión. Lo que había comenzado como gesto metafórico —los directores creativos puestos en venta— se convirtió en hecho tangible. El anuncio, publicado en Business of Fashion, añadió una capa de lectura inesperada: la performance no era solo crítica, era también profecía autocumplida. Un espejo deformante que expone las contradicciones del sistema: el valor simbólico frente al valor financiero, el deseo frente a la propiedad, la autenticidad frente a la mercantilización.
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