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Todavía queda mucho por hacer…

La historia de la reivindicación LGTB+ es la búsqueda de espacios seguros en los que poder existir con una identidad plena y no violenta.

Sí, estamos en el siglo XXI y no, no estamos tan avanzados en igualdad social como pensamos. Decir lo contrario enmascararía las atrocidades que se cometen diariamente hacia el colectivo LGTB+; como la reciente constitución rusa que prohíbe el matrimonio homosexual. Y es que tanto como se avanza, se puede retroceder. La invisibilidad está siempre amenazante. Las personas que pertenecemos al colectivo sabemos lo que es la invisibilidad desde que nacemos. Una invisibilidad que puede llegar a la soledad extrema. 

La historia de la reivindicación LGTB+ es más que nada la búsqueda de espacios seguros en los que poder existir con una identidad plena y no violenta. El inicio del movimiento fue en este sentido; viajamos hasta el año 1969 en Nueva York, en el local Stonewall Inn, conocido por ser frecuentado por homosexuales y trans. En Stonewall Inn, eran frecuentes las redadas hasta que una noche algunos de sus clientes se negaron a identificarse y comenzó el conflicto al que le sucedieron varios días de intensas protestas. La clandestinidad era la manera de sobrevivir en una sociedad que los expulsaba y de crear la comunidad. Y es justo la capacidad de crear comunidad lo que ha hecho que el movimiento LGTB+ haya avanzado tanto en tan poco tiempo. La cultura de los Ballrooms durante los años 80 es un ejemplo perfecto; su organización por casas acogía a los marginados y les proporcionaba un hogar. Con sus propias jerarquías, cada casa se organizaba a su manera y se creaba un espacio seguro. Un micromundo libre.

Un caso curioso fue el del polari, un lenguaje secreto utilizado por los homosexuales en el Reino Unido a comienzos del siglo XX. Este permitía la identificación y, a la vez, el enmascaramiento. Introducían ciertas palabras en polari en mitad de una conversación y si la persona con la que estaban hablando notaba el guiño, sabían inmediatamente que era homosexual. Se trataba de una especie de espacio seguro en el lenguaje que permitía el desarrollo de la identidad y de la extensión de la comunidad. Más tarde, el polari acabaría utilizándose como lenguaje provocativo contra los insultos.

Pero la censura y la persecución del colectivo no es cosa del pasado, y las acciones para desenvolverse en ella siguen estando a la orden del día. Tal y como sucedió en Rusia, país que no permite la simbología LGTB+. En 2018, seis activistas aprovecharon el mundial de fútbol que se celebraba para ponerse cada uno la camiseta de uno de los países que participaba para pasear, de manera que todos juntos formaban la bandera arcoíris.

Aún queda mucho por hacer, y claro que hay que celebrar todo lo que hemos conseguido hasta ahora. Pero no hay que olvidar que también hay retrocesos y que los crímenes atroces son la orden del día. Tenemos que reivindicar un espacio libre, un espacio en el que quepa toda la sociedad y no solo un miserable porcentaje.

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