Una pluma que parece sacada del escritorio de Monsieur Gustave H. Un corto tan meticuloso como un plano secuencia. Y una colaboración que nadie pidió, pero todos agradecimos. Wes Anderson y Montblanc unieron fuerzas para celebrar el centenario de la Meisterstück, pero terminaron creando algo completamente nuevo: la Schreiberling, una pluma que materializa el universo visual del director, encapsulada en oro, menta y tinta verde. Desgranamos la historia común del director de cine y la marca de plumas más famosa del mundo.
Todo empieza con una propuesta que era clara: Montblanc quería que Anderson dirigiera un corto para celebrar el centenario de su pluma más icónica. La campaña se tituló 100 Years of Meisterstück, y se estrenó el 1 de mayo de 2024, con un triple estreno: el video, una tienda pop‑up en Rodeo Drive (y luego en Hamburgo), todo envuelto en la estética característica del cineasta. El corto abre en la cima de una montaña nevada —un guiño a Mont Blanc— con Wes, Jason Schwartzman y Rupert Friend ataviados para la expedición. Tras salir del frío, entran a un laboratorio de diseño ficticio: estanterías verdes, decorados retro, detalles visuales que más bien pertenecen a The Grand Budapest Hotel. En pleno spot, aparece un objeto mini‑fetiche: el prototipo de la Schreiberling, diseñado por Anderson, que luego Montblanc decidió hacerlo realidad. El resultado: una edición limitada a 1.969 piezas.
Inspirada en las baby pens del siglo XX y envuelta en los colores pastel del imaginario Anderson, la Schreiberling es puro fetichismo. Cuerpo verde menta, detalles amarillos, remate coral. Todo en ella parece sacado de un decorado. Su nombre —Schreiberling, “el que escribe sin pretensión”— resume bien el tono del proyecto: placer por la escritura sin grandes pretensiones, pero con todo el estilo. Cada pluma incluye un plumín de oro grabado con un doodle del propio Anderson. Y viene acompañada de cartuchos de tinta verde, libreta y regla en packaging metálico.
Para llevar a cabo el lanzamiento de esta pluma, Wes Anderson volvió a crear un cortometraje. También protagonizado por Jason Schwartzman y Rupert Friend, y con Anderson en escena, la historia nos transporta a un estudio ficticio de Montblanc donde el diseño de plumas se vuelve asunto casi existencial. La narrativa es absurda, el ritmo quirúrgico, la estética milimétrica: planos simétricos, estanterías verdes, estética analógica. Todo respira el universo Anderson, pero con la precisión de una firma como Montblanc detrás. La pluma aparece como un artefacto de ficción, pero la ficción ya se ha convertido en objeto.
Lo interesante de esta colaboración no es el hype, ni la exclusividad, ni siquiera el fan service bien medido. Es la fusión quirúrgica de dos obsesiones complementarias: La de Wes Anderson por construir universos milimétricos, cargados de simetría emocional, y la de Montblanc por preservar el objeto como artefacto técnico, funcional y eterno. No estamos ante un simple ejercicio de branding. Ni ante otro objeto de deseo lanzado para alimentar el coleccionismo. Esto es una cápsula de narrativa convertida en manufactura.
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