Hace apenas unos días descubrí lo que era el gaslight. Estaba tomando un café con amigas cuando salió a relucir el tema de los ex y sus ridículas conductas. Lo siento por ellos, pero estos ex tienen algo en común, y es que no son gente muy lista. Claro que a nosotras nos proporciona una tarde de domingo realmente animada. Gracias exes, menos mal que existís. Pero había algo más en común entre ellos. Bajo ese manto de inocencia, victimismo y sensibilidad barata, se escondía cierta manipulación. Y así fue cuando, de repente, salió la palabra gaslight.
El gaslight es un término sacado del clásico cine Gaslight (1944), en el que un marido manipula a su mujer haciéndola pensar que se está volviendo loca. Hacer gaslight consiste en, básicamente, esto; conseguir que alguien dude de su cordura cuando comete un error, buscando en todo momento la ambigüedad de los hechos y la culpa de la víctima, poniendo en entredicho su raciocinio e impulsando a la desconfianza de sus propios pensamientos. Este tipo de violencia psicológica golpea directamente sobre la identidad de la persona, haciéndola frágil y dudosa. Y no hay nada porque dudar de una misma, porque esto abre las puertas a ser fácilmente manipulable.
El clásico cinematográfico del director George Cukor fue la primera muestra de este tipo de maltrato silencioso en el cine. Puso en las pantallas un tipo de machismo que nunca se había tenido en cuenta. Analicemos el personaje de Gregory, interpretado por Charles Boyler; marido pasional y entregado a su esposa, una joven Ingrid Bergman bajo el papel de Paula.
Desde el principio, Gregory se muestra controlador aunque lo difumina con fingida devoción hacia Paula. La presión del marido provoca que se muden a la casa de Londres donde Paula vivió durante su infancia y en la que asesinaron a su tía. Para Paula, es realmente doloroso volver, pero la insistencia de Gregory y la falsa protección que demuestra no le deja elección. Una vez allí, Paula comienza a escuchar ruidos y voces que la atormentan por la noche, todo ello motivado por el aislamiento social al que Gregory la somete. Y el resto de la historia que cada uno la descubra por su cuenta (algo de misterio habrá que dejar).
Debemos quedarnos con el caracter nacisisita de Gregory; un tipo de personalidad difícil de identificar cuando se camufla y viene de alguien que tiene como fin tan solo la manipulación, lo que comúnmente conocemos como perversidad.
Llegados a este punto y viendo lo que llevo escrito, me llama la atención que hayan aparecido palabras como manipulación, perversidad o narcisismo. Esto me hace pensar en el perverso narcisista.
Conocí este concepto a través del podcast Deforme Semanal de Isa Calderón y Lucía Lijtmaer (recomendadísimo para el que no lo haya escuchado aún). En uno de sus programas, analizan a este tipo de vampiro emocional; personas que necesitan de la destrucción psicológica de su pareja para alimentar su personalidad. En el texto de Marie-France Hiriogoyen llamado «El acoso moral-El maltrato psicológico en la vida cotidiana» explica que: «La víctima pierde la noción de su propia identidad. No puede pensar ni comprender. El objetivo es negar su persona y paralizarla para que no pueda surgir un conflicto.»
El perverso, cuenta Hirogoyen, actúa con sutileza, haciendo ver a su víctima y a la gente que tiene alrededor que son situaciones normales en esa relación.
Resulta curioso ver cómo nuestras relaciones están plagadas de actuaciones de este tipo. Una perversidad ninja corrosiva, sobre todo por lo silenciosa que es. Y aquí recae uno de los problemas clave; el perverso de hoy en día es ninja, no es el Valmont que veíamos en Las Amistades Peligrosas. A Valmont se le veía venir y hasta él mismo se daba cuenta de que era un miserable. Pero esto nunca sucederá con los perversos contemporáneos porque no son conscientes de si mismos y, sobre todo, están completamente convencidos de su inocencia.
Es la perversidad que nunca muere en la versión más cobarde. Y frente a ella debemos de estar siempre alerta.
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