Los influencers, seamos claros, no son un grupo cuya opinión nos importe demasiado en una situación de pandemia, crisis y alarma social. Pero es indudable que su voz tiene un eco importante y que sus alegatos son escuchados por gran cantidad de gente en situaciones muy diferentes. Vista su capacidad de influencia, ¿tienen alguna responsabilidad social? ¿Cómo deben actuar?
Algunos influencers han optado por continuar creando contenido como siempre, manteniendo el status quo de su identidad virtual en la medida de lo posible. Otros han cambiado drásticamente su contenido, publicando vídeos con consejos para mantener la salud física y mental durante el confinamiento o posts con ideas de ocio en casa, en lugar de outfits y unboxings. Otros van más allá y dejan entrever sus tendencias políticas, lo cual no es ni criticable ni exigible.
Mientras en algunas cuentas podemos encontrar información sobre la pandemia y juicios políticos, en otras encontramos una vía de escape a la realidad. Ambas posturas son beneficiosas y plantean un panorama heterogéneo donde aquellos que sufren ansiedad ante la situación tienen su resquicio de paz y aquellos que prefieren estar al tanto de cada postura tienen su dosis de noticiero personal.
Algunos casos de influencers despuntan, como el de Arielle Charnas. La bloguera confesó vía Stories que empezaba a encontrarse mal y se hizo un test de Covid-19 por sanidad privada en un momento de preocupante escasez de exámenes. La prueba dio positivo, y Arielle Charnas decidió burlar el protocolo de confinamiento y desplazarse con su marido a su casa de los Hampton. Desde allí subió TikToks bailando y otra serie de contenidos mostrando una despreocupación absoluta. La polémica de su caso ha hecho que multitud de marcas prominentes cancelen sus contratos con la influencer. También Ali Maffucci desafió las directrices de salud pública y fue criticada por dejar Nueva Jersey para ir a Florida en medio de la pandemia. Aunque ella alega que su mudanza «puede salvar vidas». Toda una heroína.
En España tampoco nos quedamos atrás con los consejos de influencers como Paula Gonu, que nos proponía beber agua a 27 grados para matar el virus. Aunque el último highlight es el de Miranda Makaroff. Después de algunas demostraciones estos meses previos de que vive en un mundo piruleta totalmente alejada de los problemas de la gente real, que consulta a su coach para que le diga que su dinero puede desprender energía positiva y que propone, sin risas, que el político que más yoga haga sea el que gane las elecciones, ahora ha vuelto con el cargador lleno. Dice Miranda que podemos autogestionar nuestras células, que lo que pasa es que no sabemos, y que si aprendiéramos no necesitaríamos ni medicinas ni vacunas. Mientras sube el story, la gente pierde a sus seres queridos y se instalan camas de hospital en espacios alternativos.
Desde luego, el público no puede exigir ni puro contenido de entretenimiento ni una actitud política. Pero los influencers deben ser conscientes de que es todo un privilegio que el mayor conflicto al que se enfrenten sea si publicar o no contenido relacionado con el coronavirus. Lo cierto es que la mayoría son autonómos, con un poder adquisitivo más alto que la media y perfectamente capacitados para trabajar desde sus casas durante este caos. Lo único que se pide es que sean conscientes de su influencia y de sus privilegios, y para eso no hacen falta más que las neuronas justas.
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