Fuertemente influenciada por la estética metal y la estética más pastelosa de los 2000, Ashley Williams personifica el caos más tierno que la industria se podría imaginar. Sus gráficos de aerógrafo, entre los que aparece el Cybertruck de Tesla, fueron una apuesta arriesgada que acabó saliendo por la puerta grande.
Billetes de dólar rosas sobre un mini-vestido de corte puffball, los retratos de la Mona Lisa y Einstein pintados a spray, fotos de cachorritos impresos sobre un descomunal abrigo de satén y medias a juego, faldas con plumas de marabou, flecos, lazos invasivos y una interpretación única de las referencias punk podrían resumir a grandes rasgos lo que ofreció Ashley William en su vuelta a LFW.
El deslumbrante traje cubierto de lentejuelas y tribales sirvió de contrapunto al carnaval de perfectamente estructurado sinsentido. Sobre la pasarela caminaron slippers peludos y afilados stilettos junto a las camisetas decoradas con las frases «In dog years I’m dead» y «Life is pain» , el vestido de retazos diseñado mano a mano junto a su amiga y ex-compañera de clase Claire Barrow, que fue modelo por un día, a modo de gesto de hermandad por parte de la diseñadora británica.
Las maniquíes fueron maquilladas de manera bastante infantil, ofreciendo una apariencia payasesca con la que redondear la bomba creativa que Ashley Williams soltó en Londres.
Y por si crear una colección completa no fuera suficiente, la londinense estrenó su colaboración junto al gigante tecnológico coreano Samsung. Ashley Williams dispuso sobre la pasarela el nuevo Galaxy Z, un smartphone plegable que fue la guinda del pastel de este show tan impregnado de la esencia de los 2000. Un diminuto bolso sirvió como perfecto accesorio para llevar este brutal dispositivo.
Ashley Williams ha vuelto, y está preparada para doblar la apuesta.
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