Los recientes acontecimientos en torno a la figura de Kanye West han despertado como poco el estupor entre aquellos que hemos visto sus intervenciones más recientes. El torbellino de titulares que el rapero dejó entre su campaña presidencial y Twitter ha dejado en shock a propios y extraños. Las hordas del hate cibernético se han apresurado a tildarlo de loco. No señores, Kanye West no está loco. Kanye West tiene una enfermedad mental severa. Kanye West es bipolar.
En los días en los que cualquier cosa que vemos en internet rápidamente se convierte en un meme, parece que estamos perdiendo por el camino la capacidad de análisis de cada situación. El juicio rápido y pseudo anónimo que nos proporcionan las redes es el caldo de cultivo para el odio más irracional e injustificado que se pueda ver.
Lo que vimos en Charleston no fue una persona desequilibrada. Su discurso era obviamente inconexo, grotesco, infantil en ocasiones. Una persona de la brillantez creativa y empresarial de Kanye West no titubea en su discurso. A menos que haya algo más que el artista y diseñador no sea capaz de controlar. Ahí es donde entra el trastorno bipolar que padece.
Para el que no lo sepa, ser bipolar no es estar loco. Usamos la expresión «eres bipolar» con tal ligereza que, cuando de verdad alguien lo es, directamente está chiflado. Se nos olvida que es una enfermedad mental. La gente que padece bipolaridad ha perdido de algún modo el derecho a estar enfermos, a ser víctimas de esa terrible patología. Lo que vimos de Kanye West, es lo que padecen muchos millones de personas en el mundo.
Utilizar a una persona enferma como blanco de burlas y humillaciones es lo más bajo que un ser humano puede caer.
El trastorno bipolar viene dado en la mayoría de los caso como fruto de algún trauma personal severo. Ese trauma provoca un profundo estrés emocional y éste deriva en la montaña rusa que presenciamos en el primer – y último – rally presidencial de Ye.
Una persona con trastorno bipolar experimenta los picos más altos posibles de euforia y efusividad, pero también las más profundas y oscuras depresiones. Ese vaivén de emociones llega a provocar alucinaciones en el enfermo y hace que pierda en ocasiones la conexión con el mundo real. Afortunadamente, el trastorno bipolar tiene un tratamiento específico que elimina cualquier sintomatología externa. Seguramente conozcamos a alguna persona con este problema y ni lo sepamos.
Ahí viene el problema con Kanye. El diseñador se niega a medicarse. Su carácter indomable le impide asimilar un tratamiento que le evitaría muchos disgustos a él y a su familia. Si no toma medidas ya, el internamiento del que tanto se habla estos días, será inevitable.
El propio artista ha confesado en múltiples ocasiones el enorme impacto que tuvo en él el fallecimiento de su madre, Donda. Ese hecho posiblemente fuera el germen de la patología que lo atormenta hoy. Una patología que el propio Kanye se ha encargado de hacer visible. La cover de su álbum «Ye» rezaba: «I hate being bi-polar. It’s awesome».
En una entrevista con David Letterman ya confesaba que la bipolaridad le hacía estar paranoico 24/7. Pensaba que el gobierno le había puesto micrófonos en casa y chips en su cerebro. Para colmo, el aislamiento de la pandemia ha alimentado esa faceta más inestable del rapero.
En una era en la que nos hemos vuelto los mayores defensores de los derechos de las minorías de toda índole, no estaría mal que extendiéramos nuestra empatía a las personas con otros problemas. Que Kanye West sea bipolar pone en el mapa un trastorno ignorado por la mayoría de nosotros. Quizá a partir de ahora nos lo pensemos dos veces antes de usar el término bipolar como sinónimo de loco.
Es momento de dejar de ridiculizar. Es momento de reflexionar un poco al respecto.
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