Antes de existir el concepto ‘influencer’, a las bloggers e iconos de internet o de la moda se les denominaban it girls. Un arquetipo de chica cool que destacaba por su aura, elusividad y atractivo cultural indie, que ha ido evolucionando (e incluso desvirtuándose) con el paso del tiempo a través del movimiento fetichista de las redes sociales que convierte a todo el mundo en una it girl, haciendo que al final nadie realmente lo sea.
Más allá de descodificar el concepto en sí de it girl, como si se tratase de un producto u objeto material que habría que revisar, pongamos el foco en la obsesión de internet por este arquetipo que parece haber acabado perdiendo todo el sentido, si es que alguna vez lo tuvo.
Ese tipo de personalidad encumbrada como un referente por su estilo de vida, por su imagen y estética ahora recorre los feeds en forma de Bella Hadid, Alexa Demie o Emma Chamberlain, o de infinidad de chicas enmarcadas dentro del canon normativo de belleza. Todo depende de tu sistema algorítmico.
En TikTok, como espacio social donde nacen y mueren todas las microtendencias y/o perfiles virales, subsiste toda una industria detrás de las autodenominadas it girls, que ofrecen en sus redes sociales enlaces de afiliación de empresas o marcas como manuales para que podamos convertirnos en el personaje que deseemos. Sería algo parecido a un videojuego, y a la personalización o customización de un avatar, pero en la vida real.
LA VIRALIZACIÓN DE LA IT GIRL
Este fenómeno de la era de internet, e incluso de un período anterior a nuestra conexión crónica a las redes sociales, las it girls servían de prisma para el mundo en el que vivían: como un espejo sobre el que reflejar la cultura que les rodeaba, como Chloë Sevigny en su proyección del espíritu contracultural de la cultura juvenil noventera. Todos querían ser como ella, pero la rareza de su personaje era lo que la convertía en algo atractivo e hipnótico a la vez.
Ahora, ese arquetipo se transforma y masifica en las redes sociales, derivando lo desconcertante por el hecho de venderse como un producto a un público masivo, cuando su esencia reside en lo insólito. La viralización del término en internet se relaciona ahora con la compra de artículos, sobre todo piezas de moda, con las que seguir religiosamente las tendencias, y encadenarse al consumismo extremo.
DESVIRTUANDO EL ARQUETIPO
Las influencers o it girls actuales proyectan una imagen, en su mayoría ficcionada, con imágenes o vídeos de sus rasgos más cool, y momentos envidiables o looks de ensueño para chicas con una talla 34. Un estatus de chica desenfadada, distante y despreocupada o “desconectada” que no sigue las tendencias.
Eso es lo que las convierte precisamente en un fetiche, haciendo que la comunidad de internet se sienta atraída por ese aura, e intente emular esa esencia comprando lo que lleva. Ambiciones que no suelen llegar a hacerse realidad, ya que acaban adquiriendo imitaciones o versiones low cost, alimentando la capitalización corporativa de la it girl que las marcas hacen a través de las campañas de marketing. La idea es encajar en el molde, en ese mercado de masas que dista de su individualidad o elusividad original.
La imagen de esa it girl offline que publica photo dumps como una especie de diario virtual, y no se preocupa por su estética es lo que realmente la convierte en un fetiche universal. Eso es lo que se persigue, generando un nuevo prototipo en el que enmarcarse, sin dejar de perpetuar la autoconciencia curada que estrellas electrónicas como Emma Chamberlain ya proyectan en internet. Un mundo construido sobre una sensación de libertad que ya parece haber perdido todo el sentido, ya no sólo por la cosificación del término en sí, si no por la sobreestimulación a la que se le ha sometido. ¿Podemos seguir hablando entonces de it girls?
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