El documental de Netflix sobre la última temporada de Jordan al mando de los Bulls nos ha dejado mucho más que canastas épicas. Uno de los personajes fundamentales de aquella plantilla lograría ser mucho más protagonista fuera del parqué en muchas ocasiones. La transgresión la inventó Dennis Rodman, no Harry Styles.
Para entender el tremendo impacto de Dennis Rodman en la aceptación actual de cualquier estética hay que entender el entorno en el que él se encontraba. La NBA en los 80 y 90 no tiene absolutamente nada que ver con la de ahora. Los Larry Bird, Magic Johnson, John Stockton, Karl Malone, Michael Jordan y demás eran profesionales de su deporte. En aquella época se juzgaba principalmente lo que hacían en la cancha y, salvo algún escándalo, lo de fuera pasaba inadvertido.
Actualmente, con la tremenda invasión de la privacidad en la que viven, los fans pueden ver a sus jugadores hacer el clásico paseillo de acceso al pabellón antes de los partidos. Este ritual que antes no tenía mayor trascendencia, se ha convertido en un show en el que los Kyle Kuzma, Russell Westbrook, Andre Iguodala, Kevin Durant y compañía exhiben sus looks más llamativos.
Nunca olvidaremos a LeBron James vistiendo un dos piezas de Thom Browne con bermudas y calcetines altos.
Lo extravagante hoy en día sirve de inspiración para muchos. En los 90, salirte del patrón era motivo para ser señalado y juzgado sin ningún pudor.
En 1986, Dennis Rodman iniciaba su andadura en la élite del baloncesto mundial. Su talento defensivo le valió para ganarse el respeto de sus rivales y aupar a los Pistons a ganar dos anillos consecutivos. Uno de ellos, dejando en el camino a los Bulls de un recién llegado Jordan. El equipo de Detroit se ganó el apodo de «Bad boys» porque daban palos hasta en el cielo de la boca. Esa dureza hacía casi imposible ganarles y Rodman fue uno de los artífices de aquel éxito. En aquellos años (86-93) «El Gusano» mantenía una estética estándar y lucía su color de pelo original. Nada hacía presagiar lo que vendría después.
Al término de su última temporada en los Pistons y tras la marcha de Chuck Daly – su padre deportivo – Dennis se encontró en una encrucijada, al punto de meditar, rifle en mano, sobre si debería volarse la tapa de los sesos. La soledad de la persona contrastaba con la gloria del deportista. Tras pasar la noche en su camioneta estacionado en el parking del Palace of Auburn Hills, su pabellón, decidió romper con todo.
En ese mismo momento decidió acabar con ese Dennis insulso e intrascendente para sacar esa luz que tenía dentro. Solicitó ser traspasado a San Antonio y en su primer entrenamiento ya se vio el cambio. El Gusano apareció con el pelo rubio platino para asombro de los allí presentes. En la franquicia tejana se temían lo peor del díscolo reboteador.
Fue durante su etapa en los San Antonio Spurs donde el jugador de Trenton empezó a liberar su verdadero yo. Los tintes de colores empezaron a ser signo inconfundible del defensa y las uñas pintadas ya no extrañaban a nadie, al igual que su colección de piercings.
Estos cambios estéticos también se vieron reflejados en su forma de vestir. Su gusto por firmas como Von Dutch o Ed Hardy, su recurrente uso de prendas femeninas, maquillaje y accesorios estrafalarios hasta el extremo no impidieron que la industria respetara su importancia dentro de la cancha. Su relevancia deportiva crecía al ritmo que su revelación como icono estético. Sin embargo, no todos entendieron este nuevo Rodman. Un deporte tan cargado de testosterona no entendía esa apariencia estrafalaria.
Como podemos ver en «The Last Dance», Rodman no sólo se dejó llevar en el ámbito estético, sino que protagonizó diferentes episodios como poco pintorescos. Desde participar en un show de Wrestling junto a Hulk Hogan a irse 48 horas de fiesta para despejarse entre partidos. Dennis dejó claro que no funcionaba como el resto.
En su libro autobiográfico, Rodman confiesa que empezó a teñirse el pelo para matar el tímido impostor que estaba siendo hasta la fecha. 1994 fue el año de la explosión del icono que es hoy, aunque siempre reconoció que desde pequeño ya usaba prendas femeninas. Crecer en un entorno plagado de mujeres influyó de manera determinante en su percepción de la moda.
Los trajes de terciopelo, las blusas de seda, el animal print, las plumas, los pantalones de cuero o los abalorios más variopintos definían el estilo Rodman. Su look iba desde lo más excéntrico a lo más low key. No era extraño verle usando pantalones de pijama y chanclas o usando camisetas de rock vintage. Rodman es el claro ejemplo de que lo importante es la actitud.
Pero, sin lugar a dudas, el colofón de toda esta metamorfosis llegó el día de la presentación de su libro «Bad as I wanna be». Ni corto ni perezoso, el bueno de Dennis apareció vestido de novia, peluca rubia incluida, a la promoción de éste en el Barnes&Noble de la neoyorquina Fifth Avenue. No faltaron ni el velo ni los guantes ni por supuesto el ramo para dejar una instantánea para la historia. Era 1996 y Rodman gozaba de su pico de popularidad más alto gracias a sus grandes actuaciones con los Bulls y su innegable magnetismo off-court.
Hoy en día tenemos ejemplos como Lil Uzi o incluso Harry Styles que han logrado una versatilidad estética única y son herederos de una filosofía que nació en el 94 con El Gusano. Rodman hoy ya es una leyenda, pero si aquellos momentos se dieran ahora, él sería el líder a seguir.
Ha tenido que estrenar Netflix el documental sobre Jordan para que las hordas reconozcan la influencia de Dennis Rodman en la moda gender fluid y la aceptación de estéticas femeninas en el hombre. El uso de faldas, tops lenceros o con encajes, lentejuelas y demás hoy está más normalizado gracias, en parte, a la transgresión del 91 de los Bulls.
Aquí nuestro homenaje y reconocimiento a un personaje irrepetible con el que un servidor creció y admiró. Sólo la perspectiva del tiempo nos permite reconocer a los verdaderos líderes.
Hats off to Dennis.
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