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¿Es elitista la moda sostenible?

¿Es ya de por sí un privilegio de clase mantener la conversación o debatir en torno a la moda sostenible y sus efectos en la sociedad?

En tiempos de emergencia climática, persiste el debate sobre la accesibilidad y asequibilidad de la moda sostenible, y del elitismo que envuelve toda esa narrativa latente vinculada al consumo, a los estratos sociales y al impacto medioambiental. ¿Es ya de por sí un privilegio de clase mantener esa conversación?

La denuncia sobre la huella ecológica y el coste real de la confección del fast fashion ha desencadenado un complejo debate sobre el acceso a una moda de menor impacto, según la cabecera BOF. La idea detrás de toda esa acción activista es la de invertir en piezas de calidad frente a todos esos productos de moda rápida a precios reducidos, que se producen bajo ese espectro oscuro de precariedad y explotación. Abordar las nuevas dinámicas que se le exigen al negocio indumentario, en esa eterna búsqueda de definición del zeitgeist de la moda, al final se convierte en una batalla infinita entre la modernidad y la madre tierra.

Ese precisamente se concibe como uno de los grandes idilios de la vida moderna, de un estado onírico o utópico que la sociedad debería implementar en sus hábitos de consumo, en la que existe internamente un diálogo o conversación enjuiciada sobre la moda rápida, muchas veces de manera clasista, sin tener en consideración las profundas divisiones culturales que nos separan.

La dualidad en torno al fast fashion

Las críticas al impacto de la moda suelen poner el foco en la moda rápida, y en todo ese sistema ligado a la sobreproducción, los precios bajos, la malas praxis laboral o al consumo excesivo. Esa suele ser la realidad inducida en todo ese sistema, muchas veces conectado a culturas laborales tóxicas, pero que, a su vez, podría concebirse como la más “democrática”, o como la que ponga la moda al alcance de mucha más gente.

Se establece un paradigma en el que, en términos generales, los productos sostenibles suelen estar marcados por precios mucho más elevados, algunas veces justificados por su fabricación, por los materiales y por todo ese mensaje o filosofía envolvente. Aún así, en otras ocasiones son tan sólo el resultado de una práctica de greenwashing y/o de ese “marketing del bienestar” que intenta acreditar esos sobreprecios en un mundo construido sobre una sensación de libertad.

Dentro de esa dicotomía, existe otra opción “responsable” y consciente que sería la de la compra de segunda mano. Sin embargo, se trata de una práctica que requiere tiempo y esfuerzo, y no todo el mundo puede invertir en ello.

Todas esas críticas hacia la moda rápida han derivado y se interpretan así como una vergüenza para los consumidores más pobres, como una especie de privilegio de clase. Más allá de eso, se abre el debate asimismo acerca de la vinculación de la mayoría de la sociedad al consumismo y a esos hábitos de compra que han marcado toda una vida en la que han estado asociados a esas marcas fast fashion, siendo difícil el hecho de cambiar de perspectiva y de purgarse de toda esa «toxicidad».

El mito del lujo sostenible

Según BOF, en la moda se erige el mito del lujo sostenible, o de esa percepción fomentada activamente por las marcas de lujo de que, en contraste con la moda rápida, la ropa cara se fabrica con estándares tan elevados como sus precios. Sin embargo, los defensores de la sostenibilidad señalan que la explotación y la contaminación pueden darse a cualquier precio.

Deriva entonces de esa concepción la idea errónea de que si se paga más por un producto, este debe ser más respetuoso con el medio ambiente y con las personas (cadena de suministro). Aunque la opacidad en torno a estos asuntos se convierte en un concepto latente, con el que la marca canaliza su poder y toda su filosofía elevada del lujo para encubrir asuntos como la producción de las prendas o las condiciones de trabajo.

Al fin y al cabo, el debate en torno a la moda sostenible se trata de un asunto controvertido en el que toda la responsabilidad suele recaer sobre el consumidor, y en sus hábitos de compra, cuando la realidad es que habría que trascender esa visión individualista y extenderla a un problema sistémico. A un desafío estructural que debería regular la industria de la moda, como una manera de colaborar al unísono en este movimiento colectivo hacia un futuro sostenible.

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