El debate latente acerca de si las firmas realmente necesitan la intervención de un director creativo o no asciende ahora a otro plano en el universo de la moda tras la salida de Rhuigi de Bally, un año y medio después de su nombramiento. Un movimiento nómada emergente al que se ha sumado Ludovic marcando el fin a una era fugaz en Ann Demeulemeester tras presentar únicamente una colección. Todo ello ha revivido asuntos como la dualidad dentro de las firmas entre la parte artística y la comercial, y el papel armonizador que podría tener el director creativo entre esas dos vertientes.
Durante los últimos años, hemos asistido a infinidad de nombramientos de directores creativos de los que se ha cuestionado su perfil mediático. Una tendencia que podría haber empezado con el nombramiento de Virgil Abloh para LV: un vínculo que acabó encumbrando la marca a través de un concepto elevado de streetwear de lujo respaldado por el apoyo directivo de LVMH. Por no hablar del papel de Kim Jones en Dior Homme, y todas las uniones creativas que florecieron de ese núcleo.
Tanto Abloh como Jones, Matthew M. Williams en Givenchy o NIGO en Kenzo reinventaron las marcas a través de su identidad y de sus códigos, llevándolas a lo más alto de la moda. Una elevación sobre la que seguía persistiendo la duda acerca de si realmente esos nombramientos estaban realmente pensados por la vinculación de estos con la propia identidad de la marca, con su estética y archivo, o si tan sólo formaban parte de un show o una performance generada por el hype del streetwear y/o motivada por esas personalidades icónicas con un gran número de seguidores y una vasta expectación en los medios de comunicación.
De hecho, la ascensión de Saint Sernin al estrado de la dirección creativa de Ann Demeulemeester reactivó recientemente este debate, por la intrínseca asociación del diseñador parisino a una estética agresivamente sexy y disruptiva, y un ADN aparentemente opuesto a la sensibilidad romántica de la marca de culto belga.
Paralelamente, dentro de este sistema, se establece un juego neo-liberal en la moda como negocio, bajo la perspectiva estructural capitalista, en el que si los directores creativos no producen al ritmo dictado por el ciclo de las tendencias o si las ganancias o los éxitos esperados no se materializan rápidamente, estos quedan totalmente descartados y relegados a un club de “fracasados”.
Sin embargo, esquivando el caos y las transiciones efímeras de la industria, se espera que el papel de Pharrell en la dirección creativa de Louis Vuitton o el de Peter Do en Helmut Lang trasciendan en sus archivos llevando a las marcas al apogeo por estar verdaderamente sincronizados en concepto y esencia, mientras hacen replantearse a muchas otras firmas que el hype muchas veces no es la solución.
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