Vivimos en una época que pregona sin cesar mensajes positivistas que nos venden un panorama edulcorado. Seamos realistas: el “si quieres, puedes” lleva muchos engranajes ocultos.
En la industria de la moda, la cantidad de jóvenes que fundan su propio negocio nada más salir de la Escuela de Diseño coincide alarmantemente con la cantidad de los mismos que fracasan en el intento. El virus suele ser siempre el mismo: la falta de experiencia. Por cada diseñador que se consagra como una eminencia poco después de terminar sus estudios, con una firma propia rentable y popular, hay un altísimo número de recién graduados que se quedan atrás con su proyecto. El caso Alexander Wang es, sin duda alguna, una excepción asombrosa. Pero la fama que adquieren trayectorias como la suya eclipsa unas cifras que piden prudencia en las expectativas.
La propia Anna Wintour aconsejaba en una conferencia en Central Saint Martins aplazar la idea de lanzarse con un negocio propio. “Yo personalmente aconsejaría que lo pienses cuidadosamente”, decía. “Y que consideres primero trabajar para un diseñador o una compañía cuyo trabajo admiras”.
Tener una firma no propia no solo consiste en diseñar prendas de ensueño y alcanzar una identidad única. Detrás de todo ello hay un proceso complejo de gestión comercial, al igual que ocurre con el resto de negocios. Desarrollar tu creatividad en el mundo académico y aprender a diseñar, crear y vender en la Escuela es solo un paso previo que no te prepara al completo para lanzarte al mundo empresarial. Que la situación del mercado actual es complicada no es ninguna novedad. Pero paradójicamente este escenario hace que muchos jóvenes, en lugar de adquirir la paciencia suficiente para aprender dentro de una empresa, decidan lanzarse con la suya propia por un exceso de confianza y una frustración tormentosa por la dificultad de alcanzar de primeras un rol que les apasione dentro de la industria.
Ser autodidacta no es fácil. Conocer cómo manejar las relaciones con minoristas o cómo gestionar el margen bruto son algunos ejemplos de importantes conceptos empresariales que es fundamental controlar. Y que solo se aprenden verdaderamente con la experiencia. Parecen temas aburridos, que lamentablemente se alejan bastante del idilio de libertad creativa y locura artística que es posible desarrollar durante los estudios. Pero tengamos los pies en la tierra: la moda, además de un arte, también es una industria.
Un buen ejemplo de este desarrollo es el diseñador francés Alexandre Mattiussi. Hoy día, su firma AMI ya ha consolidado su hueco en la industria y es un negocio rentable y con mucho valor. Pero Mattiussi ha visto las dos caras de la moneda: un año después de graduarse, lanzó su propia firma y, confiesa, le pudo el descontrol. Ya había trabajado con Dior un año, pero no fue suficiente. Más tarde, invirtió varios años trabajando con Givenchy y Marc Jacobs. Una experiencia que le hizo darse cuenta de que, como él mismo afirma, “no tenía ni idea”. Internarse en varias firmas de moda durante un tiempo considerable le hizo aprender lo necesario y, esta vez sí, triunfar con su propia marca.
Trabajar en una gran firma ayuda a un diseñador a aprender cosas básicas, pero poco perceptibles desde fuera. Y, sobre todo, imprescindibles para conseguir sacar adelante un negocio propio. Las historias de diseñadores que dan un boom y se convierten en todo un fenómeno viral son muy escasas, a pesar de que hagan mucho ruido. En Highxtar ya contábamos que existen muchos diseñadores que, a pesar de haber alcanzado fama internacional, no quieren tener su propia marca. En realidad, un sello propio es una decisión personal y que solo concierne a uno mismo. Pero es importante entender que los obstáculos existen, la experiencia es importante y una perspectiva realista es imprescindible en el mundo empresarial.
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