“El juego del Calamar”, la serie de terror distópico de la que todo el mundo habla, está a punto de convertirse en la serie más vista de la historia de Netflix. Pero ¿a qué se debe su éxito?
Parece ser que Squid Game va a trascender toda tendencia líquida que fluye por la plataforma de streaming hasta morir. Puede que lo trascendental de la serie de Hwang Dong-Hyuk radique en lo metafórico. El juego del calamar es, al final, un reflejo de una vida real en la que se establece un juego permanente entre oprimidos y opresores. Algo que ya pudimos extraer de otras producciones cinematográficos surcoreanas que abogan por la crítica social como “Parásitos”.
Los siete personajes de la serie extendida en nueve capítulos reflejan un problema especialmente arraigado en Corea del Sur: la deuda y la incesante lucha por pagarla, con todo lo que eso conlleva. La ficción aquí conecta más que nunca con la realidad a través de una radiografía de la sociedad surcoreana, que nos conduce a empatizar con alguno de los protagonistas de una manera u otra. Desde los que dirigen el sistema a los que sobreviven en él, alineados, desbloqueando constantemente las pantallas de la vida moderna.
Incluso la estética parece formar parte de esa alegoría de la sociedad capitalista. Aquí la crueldad, la muerte y el control se bañan por una estética edulcorada que construye los escenarios, entre colores pastel y patios de colegio. Esas dos realidades -que pertenecen al que mundo vivimos- hacen que el reality de supervivencia nos hipnotice con su lenguaje visual, mientras desciframos los enigmas de la serie. El morbo por participar como espectador en ese juego entre la vida y la muerte, por supuesto, se convierte en otra de las claves del éxito.
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