Sólo son unos pocos los elegidos que logran sobrevivir a su propia muerte, que dejan una huella en la historia y crean un legado tal que los que les rodean no podrán evitar recordar lo que hicieron y compartieron. Peter Lindbergh nos ha dejado, pero sólo en un sentido físico. Su impacto en la fotografía y la moda permanecerá siempre para ser honrado, para inspirar a las nuevas generaciones y para continuar mostrando al mundo la belleza detrás de la belleza.
La importancia de Peter Lindbergh va más allá de sus fotografías, es mucho más grande que un captura o un editorial. Lo que el artista alemán trajo a la industria fue realidad, pureza, hacía de cada imagen una película, sus retratos siempre tenían algo que contar. Su pasión por las fotografías en blanco y negro le dieron una profundidad a su trabajo en un sentido artístico que perdurará en la eternidad. La sensibilidad de cada foto se puede percibir de manera brutal con sólo mirarlas. Era único captando la verdad en los ojos de las modelos y jamás retocó una imagen, lo que le hizo especial, precisamente por conservar la elegancia de la naturalidad en cada disparo.
Profesionalmente será recordado por ser el único que realizó tres Calendarios Pirelli. En 2002 decidió hacerlo con actrices en lugar de modelos por primera vez, probando una vez más su visión acerca de la belleza real. Anteriormente, en los inicios de los 90, creó a través de su lente el concepto de supermodelo tal y como lo conocemos hoy. Linda Evangelista, Cindy Crawford, Kate Moss, Naomi Campbell y cualquier otro nombre que puedas imaginar está en su portfolio desde los inicios de sus carreras. La estética realista que ofrecía elevó a todas esas mujeres a los altares más prestigiosos de la industria de la moda.
Sus trabajos para Vogue, Harpers Bazaar, The New Yorker, Allure, Vanity Fair o Rolling Stone son parte de la historia de la cultura contemporánea. Por extraño que pueda parecer, su principal fuente de inspiración siempre fue Vincent Van Gogh, al punto de que se trasladó a la ciudad de Arles, donde el pintor holandés vivió con el genio francés Gauguin. Después de esto se mudó a España y posteriormente al Norte de África antes de instalarse en París en 1978 iniciando ahí su espectacular viaje a través de la fotografía de moda.
Las historias están para ser contadas, la belleza para ser adorada, la elegancia para ser explorada y la verdad para no ser ocultada. Peter Lindbergh siempre será custodio de todo ello.
Retrate en paz.
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