Famosas por ser famosas, tragedias de ricos sin problemas y narcisismo sin vergüenzas. Así es cómo Paris Hilton y Nicole Richie abrieron hace quince años las puertas de la cultura del presente.
Los lamentos de celebrity, ya se sabe, levantan ampollas. Ricos y famosos que enarbolan sus quejas por problemas mundanos, tan alejados de los nuestros, los del mundo real. Hace ya 15 años, The Simple Life decidió jugar con esa rabiosa condescendencia mezclando dos pijas y una granja y emitiendo el show ante millones de espectadores. El resultado cambió la cultura de las celebrities y la moda para siempre.
A principios de los 2000 la gente era famosa por mostrar sus habilidades en el mundo del espectáculo. Cantar, posar, actuar, marcar goles. Cualquier cosa retransmisible o publicable. En el siglo XXI, eliminamos el factor talento para simplificar la dinámica: vivimos en la era de la gente que es famosa por ser famosa. El espectáculo comienza con ellos mismos. Y sus privilegios y sus problemas quedan aún más lejos de nuestro entendimiento. No empatizamos con Kim Kardashian llorando por perder unos pendientes de diamantes en el océano, porque no concebimos siquiera el poder tenerlos.
Paris Hilton y Nicole Richie, protagonistas de The Simple Life, tenían todas las papeletas para despertar la animosidad del espectador. Ver sufrir a dos chicas millonarias por tener que lidiar con tareas cotidianas despierta una satisfacción ridícula y un morbo que engancha, pero convertirnos en espectadores no las exime de recibir nuestro odio. Queríamos reírnos de ellas, no con ellas. Pero al final la lección nos la hemos llevado nosotros.
En la primera temporada, las chicas se fueron a vivir con una familia a una granja de Arkansas, ayudaban en las tareas domésticas y encontraron empleo. Ordeñaban vacas y atendían pedidos en una cadena de comida rápida mientras compraban joyas de 50.000$ y preguntaban por piezas Chanel en supermercados. “Stilettos en la mierda”, resume la cadena Fox. Pero la experiencia no les supuso ningún cambio vital y Paris Hilton y Nicole Richie no aprendieron gran cosa de la vida real.Y sin embargo, el público comenzó a reír sus gracias más que sus desgracias.
En cierta medida, las protagonistas se integraron en la familia. Intentaron ayudar en asuntos que iban más allá de sus labores asignadas, como el cambio de imagen del hijo o la búsqueda de pareja de la madre. La torpeza propia de la inexperiencia hacía que el resultado fuera bastante cómico, pero el público vislumbró la reconciliación: sus intenciones eran buenas y sus reacciones, auténticas. Hedonismo y genuinidad. Ya no importaba tanto lo alejadas que estuvieran de los problemas diarios de una sociedad que no alcanza a fin de mes. El espectador asume sus ridiculeces y su parte humana, se entretiene y se ríe con ellas.
Paris Hilton y Nicole Richie pusieron la semilla. Brotan las Kardashian, la cultura Instagram y la explotación de la marca personal a través de un reality de televisión. Allá por 2003, The Simple Life revolucionó el mundo celebrity y marcó el panorama influencer hasta dar lugar a la escena que vivimos en pleno 2018: voyeurismo a millonarios y hedonismo sin culpabilidades.
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