Cada vez son más las personas que admiten que no leen o que les cuesta leer textos largos que antes leían sin dificultad. Esto tiene una explicación y va más allá del simple hábito de leer o no leer. No es que leamos menos, es que leemos diferente, y es la consecuencia de que nuestro cerebro se haya modificado para adaptarse al cambio.
Parece algo redundante decir que las cosas cambian en 2021, cuando hemos tenido que acostumbrarnos a circunstancias que ninguno hubiera imaginado, pero a veces hay que volverlo repetir. Hay cosas que es necesario repetir hasta la saciedad, para que aunque en ese breve instante demos un poco de espacio a la nostalgia. Esto no quiere decir que lo cambios sean a peor, pero sí tenemos que admitir que todo cambio conlleva unas consecuencias. Es lo que ha sucedido con nuestra manera de leer información; sigilosamente pero con rapidez, ha modificado nuestro propio cerebro.
¿Quién es capaz de sentarse a leer media hora sin consultar el móvil?
La posible repuesta más acertada sería: alguien que no tiene móvil. Nicholas Carr señala en su libro Superficiales: lo que internet está haciendo con nuestras mentes, que la información que acostumbramos a leer en internet es rápida y muy variada, lo que hace que nuestro cerebro se estructure de acuerdo con la percepción de este tipo de estímulos. Y lo que al fin y al cabo provoca que cambie también nuestra forma de pensar; ahora menos analítica y más rápida. Según Carr, nos estamos volviendo menos inteligentes, y aseguró en una entrevista a la BBC, que sus predicciones sobre internet se habían cumplido, por desgracia, peor de lo que esperaba.
El hipertexto, una de las novedades informativas que ha traído la tecnología, permite formar textos casi infinitos (por no decir infinitos totalmente), gracias a la posibilidad de interrelacionar unos con otros. Es un avance para el conocimiento importante, rompe las barreras de la inaccesibilidad, pero Carr señala que no nos confiemos, el hipertexto también tiene una parte negativa; provoca que no prestemos tanta atención a la información, puesto que nuestro cerebro, inconscientemente, está centrado en la decisión de si pinchar en el enlace o no.
– No es que leamos menos, es que leemos diferente, y es la consecuencia de que nuestro cerebro se haya modificado para adaptarse al cambio. –
Pero también son muchos los que piensan que este proceso tiene más cosas buenas que malas. En toda revolución hay una amputación y una extensión, el debate está en cuál de las dos es mayor. En lo que todos coinciden es que es un proceso irreversible, y que el ser humano cambia, como siempre lo ha hecho.
Es inevitable sentir impotencia; yo misma he consultado el móvil un incontable número de veces para escribir este artículo. También entristece pensar que la cultura cada vez está hecha para un ojo que ve rápido y que no busca una linealidad en el relato, hablo tanto de literatura, como de películas, arte, etc. Pero siempre, aunque el futuro nos depare chips implantados en el cerebro, nos quedará la esperanza.
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