Por qué este es el mejor momento para estudiar unas oposiciones. Diez habilidades que puedes aprender en casa. Cómo optimizar tu perfil en redes sociales para dar visibilidad a tu trabajo. Es el mejor momento para crear cosas. Haz cosas. Produce cosas. Lo dicen todos los medios y te lo dicen tus padres. Te lo dicen los youtubers de Playz. ¿Por qué no estás haciendo cosas? ¿Cómo es posible que no estés aprovechando esta crisis para ser un verdadero creador? Mira, no queremos hacer cosas.
La crisis pospandemia, de la que tanto se ha hablado ya, ha potenciado una sensación agónica de incertidumbre y ha subrayado los grandes problemas estructurales de nuestro tiempo. Pero hay mucho más, y de esto no se ha hablado tanto. No se trata solo de desempleo y falta de ocio. En una sociedad que se exige constantemente ser creadora y productiva, la crisis ha cercado aún más los límites de nuestra validez y nos ha obligado a estrujar al máximo esa apenas alcanzable oportunidad que tenemos para producir.
Si nadie te contrata tendrás que hacer algo más. Si nadie te contrata, tendrás que dedicar todo tu tiempo en demostrar que tienen que contratarte a ti antes que al resto. Porque durante estos meses has mejorado tu web o porque has adquirido un título más o porque ahora sabes un poco de portugués. Si alguien te contrata, tendrás que esforzarte para mantener esa circunstancia.
Ahora que todo es más difícil tienes que reinventarte. ¿Para qué? Para seguir produciendo. Si el bienestar es una utopía accesible solo para unos pocos privilegiados, entonces será para los que más produzcan de forma autónoma, autodidacta y, por supuesto, no remunerada. Dicho de otro modo. Si el bienestar es una utopía, entonces será accesible solo para aquellos que más hayan rentabilizado su tiempo libre.
La muerte del hedonismo
Hablamos de bienestar, y no de lujo. Ni siquiera de hedonismo. Mientras que antes fantaseábamos con un viaje, un festival o unas zapatillas nuevas como esa motivación hedonista por la que trabajábamos, ahora todo se reduce a vivir de forma casi automática. Hemos crecido estableciendo unos criterios concretos de hedonismo y de repente todo eso ha muerto. Todos esos escenarios epicureístas que teníamos en nuestra cabeza han pasado a ser un tablón de Pinterest desactualizado. Ahora hay que construir un nuevo hedonismo que se desarrolle entre cuatro paredes, porque apenas podemos salir de casa y porque ya no tenemos dónde lucir esas zapatillas que nos queríamos comprar. Intentamos construir un nuevo hedonismo (¿leer? ¿comer? ¿ver series?) para el que ni siquiera necesitamos ese dinero que antes nos motivaba ganar para algo más que para sobrevivir. Siempre defendí el hedonismo como un acto de resistencia. Si nos instan a ser máquinas de trabajar y a invertir nuestro tiempo y dinero en mejorar como máquinas, el placer es rebeldía. Pero ya no hay tal placer: son solo las migajas de lo que alguna vez disfrutamos.
Ahora trabajamos para comer, para pagar las facturas, y también para no quedarnos atrás, marginados. El hedonismo siempre ha sido un chantaje del trabajo; ahora que el concepto de hedonismo se ha alterado radicalmente, el trabajo nos chantajea con la absoluta depresión. La fórmula ya es otra. Del “trabaja para poder disfrutar de tu tiempo libre” al “trabaja para poder seguir trabajando”. Trabaja. Y si no, no eres nada. No es que no tengas nada; es que no eres nada.
El sistema ha colonizado nuestra forma de pensar hasta el punto de que ya no solo nos basta con ser, también tenemos que hacer para ser válidos. Y tenemos que hacer sin parar. Nuestra validez ya no es un atributo innato, sino que está determinada por nuestro nivel de empleabilidad. Nuestro ego se restringe a nuestra capacidad de producción. No solo tu trabajo, sino también tu ocio debe verse orientado al consumo de aquello que otro ha creado. Es más, ese consumo debe verse orientado a tu preparación como creador. Tienes que leer cosas porque tienes que saber decirlas, escribirlas, grabarlas, transformarlas en arte, evolucionarlas hasta algo mercantilizable. Y necesitamos parar; dejar de consumir, de crear, de producir.
Sociedad del cansancio
Lo cierto es que estamos tristes, cansados. Y lo más peligroso es que el cansancio general, unido a la presión sistemática por producir, no nos permite tiempo para articular respuestas, para prepararnos. Ni siquiera hemos podido comprender qué pasa, ni siquiera hay un tiempo de duelo. Y aun así se nos exige una adaptación imposible, a contrarreloj, estar por delante. Nos obligan a descifrar la situación, adivinar su devenir y parir un nuevo proyecto en base a cómo va el mundo, en base a cómo va a ir.
Entre presiones e hiperestímulos, nos resulta imposible simplemente algo tan sencillo como sentarnos en una silla, sin el móvil en la mano y sin el trabajo en la cabeza. Sentarnos en una silla y dedicarnos a ser durante horas. Sin hacer nada. Supongo que el nuevo hedonismo es esto. Descolonizar tu mente, ser capaz de no hacer. Sentarte y respirar. Seguimos sometidos a una rutina cada vez más monstruosa. No se nos ha permitido respirar y descansar. No hemos tenido tiempo para tragar y sentir. Pensando en el anhelo de sosiego me acuerdo de la promesa de calma de este poema de Gloria Fuertes:
Me dijeron:
– O te subes al carro
o tendrás que empujarlo.
Ni me subí ni lo empujé.
Me senté en la cuneta
y alrededor de mí,
a su debido tiempo,
brotaron las amapolas.
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